sábado, 1 de noviembre de 2014

La excusa



Es el primer día de clases del último plan, período  en el que los alumnos se examinarán y despedirán el curso algunos con alegría de estar libres y otros con la obligación de tener que recuperar los cursos perdidos. La vida escolar no difiere tanto en esta parte del mundo de la que yo provengo.  Los estudiantes llegan con sentimientos encontrados, con alegría por volver a verse con los compañeros y con los maestros, pero ya con ganas de terminar el curso de una vez. La vida del instituto es dura para ellos, pero también se respira humanidad y cariño.

Entre el desfile de maletas y bienvenidas los alumnos gotean por la oficina para entregar sus tareas correspondientes. La mayoría de ellos son aplicados y suelen cumplir con sus obligaciones escolares. Por mi experiencia en las comunidades, los alumnos combinan sus trabajos intelectuales con largas jornadas al sol, machete en mano y cientos de filas de maíz y frijol por recoger, que se pierden entre las pequeñas colinas verdes. Por lo general, existe apoyo de los padres en los estudios de sus hijos, pero apenas pueden ayudarles o saber qué están haciendo. Por tanto, la responsabilidad de hacer la tarea o no recae en mayor medida sobre ellos. A pesar de esto, solo unos pocos son los que sistemáticamente incumplen con sus tareas. 

Como tantos, entra un alumno a la sala mientras yo ando ensimismado en la computadora, absorbido por el maldito mundo HTML y el lenguaje PHP, insaciables hambrientos que me devoran los días. Este anda preocupado, se sienta como si fuera largo lo que tuviera que contar y comienza a explicar a uno de los maestros.

-  Profe, tiene que perdonarme, pero no pude hacer ninguna de las tareas que me mandaron.
-  Puchis, ¿y qué pasó pues? – pregunta el profe Julio, algo sorprendido. El alumno es el presidente de la junta de estudiantes,  no destaca por ser un estudiante 10, pero sus calificaciones son buenas, es una persona responsable, con dotes comunicativas y está llamado a ser un futuro líder en su comunidad.
-  Pues profe, tuvimos un problema gordo en la comunidad. De repente amenazaron a mi familia y querían quemarnos la casa.

Al escuchar esto, desconecto del mundo web y, aunque sobresaltado, me levanto despacito de la silla y me acerco a enterarme de lo sucedido y a tratar de apoyar en lo que pueda. El alumno sigue hablando y yo los miro, preocupados pero no sobresaltados, como si está situación no fuera tan excepcional. Sigo escuchando:

-  No lo entiendo por qué quieren ahorita matarnos, si eran muy amigos de la familia, pero de repente se envenenó un hijo suyo y nos echan la culpa a nosotros. Ya nos han amenazado que nos van a matar. A mi tío y mi prima casi se los vuelan, tuvieron que huir de la aldea en la noche y caminar dos horas hasta la comunidad vecina.


Su prima también es alumna de la escuela, aunque no tan buena estudiante. No sé si coincidió en el tiempo, pero esa comunidad vecina cuyo nombre no daré, es en la que yo anduve de visita. Él me había invitado a su casa con mucha ilusión, pero había decidido no ir por motivos de tiempo y logística. En eso me mira a los ojos con tristeza y me dice:

-  Yo en ese momento profe me alegraba de que no hubiera venido de visita, imagínese. Qué vergüenza, yo ni sabía que la situación estaba así, pero comenzó dos días después de que llegara de vuelta. Entraron amenazando rompiendo todo. Quebraron mi computador. Por eso después de eso estuve junto con mi papá y mi tío casi todos los días sin dormir, cada uno con una escopeta, haciendo guardia para que no nos quemaran la casa.

Extiendo el gesto tratando de comprender la situación, aunque me viene muy grande. Las palabras no vienen, qué voy a decir. Lo único que puedo hacer es darle un abrazo, pero hago silencio y sigo escuchando mientras el profe Julio le sigue preguntando:

-  ¿Pero no fue la policía allí?
-  Sí, ellos ya saben y esta gente ya tienen orden de alejamiento. Nos han dicho que si se acercan a la casa que disparemos, que no nos van a culpar a nosotros. Y yo profe intentaba hacer la tarea, pero de verdad que no me podía concentrar, empezaba a pensar.
-  Normal – le digo yo, mientras pienso que cualquier palabra que diga en este momento suena a estupidez. ¿Qué coño van a importar las tareas si estamos hablando de vivir o morir?
-  Por eso, quería pedirles si me podrían dejar hacer las tareas durante el plan y se las entrego antes de los exámenes.
-  Claro, por eso no te preocupes - le dice el profe Julio, - pero tanto tú como tu prima  deberíais pensar en no volver a la comunidad.
-  Sí profe, mis papás están pensando en mudarse, no podemos vivir ya tranquilos con esos ahí.


El alumno sigue enturbiando la historia con apariciones divinas, consejos de un pastor y algún chorro de alcoholismo. Bonito cóctel para culpar a alguien. El profesor Julio comienza a lamentarse de la realidad de Guatemala, sobre la forma de solucionar los problemas en las comunidades, lugares donde el estado no tiene fuerza ni ¿interés? para llegar y evitar posibles nuevas tragedias, portadas morbosas de periódicos amarillentos teñidos de rojo. Pero yo no estoy tan lejos, yo aún sigo ahí en la sala, pensando en la entereza con la que el alumno ha contado la situación, sin venirse abajo, con los nervios destrozados. Lo cuenta como algo que ya conoce, que ya ha visto u oído. Por eso pueden convivir en su mente banalidades como hacer la tarea con la posibilidad de no contarlo mañana.

-  ¡Ah Profe! Traje la guitarra – me dice, tratando de dar un giro al dramatismo de la situación con un toque tragicómico.
-  Muy bien, pues ya practicaremos entonces – le digo, con aire alentador, como si al menos la guitarra fuera a solucionarle parte de sus problemas.

El alumno se va y yo sigo preguntándome si de verdad podrá dormir tranquilo por las noches, si de verdad el ambiente del instituto conseguirá evadirlo de la situación por la que pasa su familia, que sigue allí supuestamente atrincherada en su propia casa, esperando una visita indeseable que puede llegar en cualquier momento.

El futuro de la historia es el presente. El plan ha transcurrido con normalidad, el chico entregó sus tareas y probablemente haya pasado todos sus exámenes. Incluso es muy posible que haya dormido tranquilo. Hoy los alumnos se han marchado y tanto él como su prima vuelven a sus casas. Veremos si regresan al año que viene. ¡Qué banal y crudo! Hay que expresarlo con palabras, pero no encuentro ninguna que esté a la altura de describir la situación. Mientras tanto, la normalidad es la norma y la buena noticia es que no hay noticia. José Alfredo Jiménez se equivocaba, no es Guanajuato, aquí es donde ‘la vida no vale nada’. Ya más tranquilo, contagiado del pensamiento 'no pasa nada hasta que pasa', con sarcasmo pienso: "En España el perro se come los deberes. Esto sí son excusas."


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