jueves, 18 de septiembre de 2014

Prólogo de perspectiva



Hola a todos!

Antes de contar lo que estoy haciendo y cómo me va me gustaría hacer un texto a modo de introducción para dar a conocer al país desde mi punto de vista, desde lo poco que he podido conocer, contrastar y saborear hasta ahora. Me servirá en un futuro para descubrir sí ando yo tan desencaminado o no, ahora que hace ya tres semanas que estoy por aquí.

No nos vamos a engañar, Guatemala es un país difícil. Las cosas estructurales, las que pensamos que vienen dadas por la mano de Dios, de las que no somos conscientes que están ahí, aquí no existen. Estoy hablando de carreteras, tuberías, luz y agua corriente. Hay dos mundos muy alejados en Guatemala: las poblaciones ‘urbanas’ y las comunidades rurales.

A los caminos que comunican las comunidades  raramente ha llegado el asfalto. Muchas lavan en el río, cocinan a leña y la luz de la que disponen es la gran bombilla que nos ilumina a todos.  Eso sí, la Coca-Cola llega.

 



















No se dan tanto estos problemas en las urbes, donde sí la mayor parte de la población tiene acceso a electricidad y agua corriente.  En estas poblaciones urbanas solo está asfaltado el centro, los demás barrios tienen caminos de terracería, parcelas ordenadas, pero no tienen drenaje de aguas residuales. Funcionan con un sistema de acequias. No es nada recomendable beber agua del grifo. En las afueras, que es donde yo estoy viviendo, los caballos, cerdos, perros, patos, gatos, gallinas… viven sueltos y los puedes encontrar  a las veredas de los caminos, comiendo hierba o remojándose en el agua de la acequia. ¡Y no se escapan!

Guatemala es un país que camina en moto. Es algo curioso que no había visto hasta ahora. Chicos, chicas, señores, señoritas, abuelitas… ¡casi todos saben montar en moto de marchas! Muchas veces van dos, tres y hasta cuatro en el bólido de dos ruedas. Dicen que es por dos motivos: es más barata y son más accesibles para circular por los caminos, muchos de ellos maltratados por las lluvias. Muy pocos llevan el casco y en muchas conversaciones salen conocidos muertos en un accidente. Sin ir más lejos, esta semana dos huéspedes de la asociación se salvaron por llevar casco. Un borracho a pie se les atravesó en  mitad de la carretera y para esquivarlo se dieron la hostia. Aún querían encarcelarlos encima…


La comida no es tan variada como en Europa. La dieta se basa en el frijol, el maíz, los huevos y en los días importantes se mata una gallina. En las comunidades viven de eso. Una mala cosecha significa hambre. Ahora mismo afecta una sequía al suroeste del país y se ha declarado estado de emergencia.

En los mercados de las urbes hay frutas y verduras variadas, pero no se encuentra tanta variedad y los precios son bastante caros a nivel local. No toda la población puede acceder a todos los alimentos. No hay cultura de huerto ni grandes plantaciones de alimentos que no sean los sagrados frijoles o maíz, símbolo de la cultura maya.

Aquí la población indígena es más del 40% del país y junto con el castellano existen 23 lenguas e identidades diferentes. En el norte, donde yo estoy, predomina una de las etnias más importantes: los q'eqchi'


Indígenas o no, la religión ha pegado muy fuerte. De España se trajo y para mí es una de las grandes lacras que arrastra este país. Será un capítulo aparte, pero en resumidas cuentas en una comunidad una iglesia va antes que una escuela, con lo que se tiene a gente ignorante y analfabeta controlada por la palabra divina, sin acceso ni oportunidades a una vida mejor. Pero eso sí, todos tienen que contribuir al pastor (protestantes), que anda en un buen carro y come en plato caliente todos los días. Sus hijos probablemente vayan a escuela privada. Mientras tanto, la población encomienda su pobreza a la voluntad de Dios, no acepta hablar del sexo, del uso del condón y a los 12 ó 14 una mujer ya está preparada para buscarse esposo y quitar a la familia de una carga. Es un tema muy complejo y no solo influye la religión, por eso trataré de investigar más a fondo. Pero lo cierto es que dificulta el desarrollo personal, familiar y por ende, colectivo. En ocasiones me siento un bicho raro, ya que la edad normal para casarse y tener hijos oscila entre los 17 y 25 años.

El tema candente que más preocupa a todos es la violencia. Este país vivió una guerra que duró 36 años y que apenas acabó hace 18 años. El otro día me decía un profe que Don José Alfredo se equivocaba, es en Guatemala ‘donde la vida no vale nada’. La muerte siempre está presente en el noticiero. La delincuencia y la violencia están descontroladas, sobretodo en la ciudad capital. Casi todos tienen historia propia o alguien conocido. Siempre hay alguien al que mataron, o al menos lo intentaron, bien por la guerrilla, el ejército, o ya en el presente, por un asalto o una pelea. O simplemente un mal gesto. Me contaban el otro día los mismos del accidente que a un primo suyo lo balearon por contestar a la vacilada de unos niñatos. Tres disparos le echaron pero se salvó. En cambio, en las comunidades no suele pasar, ya que todos se conocen y la vida funciona como un pueblo, un bloque.

¿Y qué hace el estado? El Estado no tiene fuerza o interés para ejecutar las leyes, depende a quién le preguntes responderá una cosa u otra. Hay una ley para mantener animales atados o una ley para andar con casco en moto, pero no se hacen efectivas en la calle. En la capital están tratando de prohibir que vayan dos personas en moto. Muchos asaltos se producen así, una forma rápida de huir. Según me contaban, tu suerte puede depender de respetar los semáforos en rojo o no. ‘Si uno anda solo por la noche, mejor no quedarse parado’.

Eso sí, aprovechando la coyuntura del Mundial de fútbol  aprobaron una ley para abrir las puertas al demonio del maíz, Monsanto. Por suerte, las reivindicaciones han sido tan fuertes que el gobierno la ha derogado. El próximo año hay elecciones…

Además, al parecer aquí los bares son lugares medio peligrosos, donde solo van hombres y señoritas profesionales del placer. El otro día estuve en uno y el ambiente me pareció feo. Bailarinas con derecho a sexo pagado preñadas contoneándose a una barra, sin ritmo y sin ilusión, obviamente, para un grupo de borrachos. Más que morbo, me daban pena. Los lugares que yo entiendo como bar se encuentran en la capital o en los lugares turísticos. La conclusión que puedo sacar es que la noche no es buena aliada. Hay que saber por dónde se va y no ir solo. Me parece que tocan tiempos de paz y reposo, lectura y reflexión. Y no vienen nada mal.

Estas y muchas cosas más son las que rodean a un país que apenas empiezo a conocer por la zona norte, una zona bella, húmeda, verde y tropical, aparentemente tranquila. Mi realidad es bien diferente, pero hay que saber qué ocurre para saber cómo moverse.  



sábado, 6 de septiembre de 2014

On the road to Guatemala III (The End of the road)



 Alguna vez me ha pasado que un simple detalle puede hacer cambiar cualquier situación y además ser consciente de ello y tener en las manos ese motor, posibilidad de cambio. Pero casi siempre que viajo en tren, avión o autobús suelo dedicar ese tiempo para mí, para leer, reflexionar o dormir. Nunca me apetece entablar conversación  con nadie y seguramente por eso siempre he pensado: ‘¿Qué pasaría si lo hiciera, qué cosas cambiarían en el viaje? ¿El rumbo quizá?’


‘¿Sabes cuánto dura el viaje?’, le pregunté a la única chica que había en el autobús, sentada frente a mí. ‘Sí, dura como 10 horas, así fue la última vez que vine.' No era mi intención hacerlo, pero solo una pregunta cambió lo que iba a ser un viaje largo y aburrido entre Chetumal, Ciudad de Belice y la isla de Flores. Dos franceses cincuentones, amanerados y bastante serios, una chica guatemalteca, aunque de piel bastante blanca, y yo. Más el conductor, esos éramos toda la tropa. Y pensar que estaba padeciendo por si no iba a tener sitio en el bus al llegar tarde…

Sin darnos cuenta comenzamos a hablar y hablar y reír hasta llegar a la frontera de México.  Allí tuve que prestarle pesos para salir del país, esto de las fronteras es un negocio redondo.. Casi 20 euros como impuesto de turismo. Si no los pagas no puedes salir. Luego en la frontera de Belice, ella tuvo que prestarme a mí varios dólares y quetzales para pagar, ya que no me aceptaban euros. Al final me aceptaron lo que faltaba y me timaron. Fallo técnico el no cambiarlos todos a dólares…


Universitaria ella, tenía 34 años, dos hijos, esposo, una vida normal,  una alegría jovial y mucha vitalidad. Pero lo más sorprendente es que tenía  un pensamiento bastante abierto para lo que es la idiosincrasia tradicional de Guatemala. En el viaje tuvimos tiempo de conocernos bien y de que me hiciera un primer retrato del país, un acercamiento a las comunidades y a la cultura, lenguas y tradiciones.

Las sincronías que siempre me acompañan me ayudaron de nuevo.  Irene vivía cerca de donde yo iba así que me dijo que me presentaría a su familia y luego me llevaría allí. ¿Seguro que son casualidades? Prefiero ni planteármelo, solo aprovechar. Todo va bien. Me sentí muy afortunado, un  privilegiado por conocer y haber conocido buena gente con la que compartir experiencias, sonrisas y buena onda. Qué gran favor el que alguien te dé confianza y tranquilidad nada más llegar a un lugar donde todos los focos se mueven hacia ti, donde eres un caracolito extraño y perdido, con la casa a cuestas .

Yo debía llegar a casa de María, otra couchsurfer, a un lugar llamado San Benito, a las afueras de la ciudad  y andaba algo nervioso de cómo iba a llegar hasta allí. Las indicaciones habían sido en plan ‘una vez pasada la escuela, tercer edificio verde, segundo camino a la izquierda, cuarta casita lila.' Como me equivocara ya podía perderme dando vueltas en una maraña de casas y escuelas de colores. No sabía donde iba ni si la zona era segura o peligrosa, así que no valía perderse, sobretodo por ir cargado con mochila, maleta y demás abalorios. Odio ir tan cargado y con tanto apego por las cosas. Allí en las afueras, las calles no tienen nombre, ni farolas, ni asfalto y solo unas pocas tienen drenaje. Las demás funcionan con un pequeño sistema de acequias. Otras simplemente conviven con el agua residual. 

Dimos alguna que otra vuelta, pero allí me dejaron, frente a la casa de mi segunda desconocida a la que iba a entregar toda mi confianza, y viceversa. Me despedí de Irene y su familia regalándoles el último trozo de lomo ibérico y con la promesa de visitarlos en un futuro. 

Como mi anfitriona no estaba, me recibió la mamá de María, que andaba con su nietecito de 5 años. Ellas viven  en una parcelita con dos casas separadas por césped, gallinas, pollitos y un perro desconfiado, de los que no agitan el rabo. Nada más llegar ya me hice una imagen de lo que es Guatemala. El área que se suponía urbana, era bastante rural, ¿cómo sería el área rural pues? La señora andaba lavando la ropa en el lavadero. Y al ladito cocinando unos frijoles al fuego de leña. A pesar de ser muy acogedora, la señora se mantenía un poco distante. Ahí vi la primera diferencia de caracteres con México. En Guatemala cuesta un poco más tomar confianza. Quizá se parezca más a Galicia, cuesta, pero una vez se tiene es para toda la vida. Tardamos un par de horas en entablar conversación, pero luego me acompañó a la tienda (llevaba casi 20 horas sin comer), me invitó a café y platicamos un ratito. 



En el barrio los perros, los patos, las gallinas, los caballos y algunos cerdos atléticos pero igual de guarros campan a sus anchas, bien bebiendo aguas de las acequias o comiendo hierbajos. La zona a la que me he venido de nuevo es….VERDE Y HÚMEDA, aunque esta vez extremadamente  calurosa. Ya cuando vino María yo ya estaba como en mi casa. Platicamos hasta que se me cayeron los ojos. Es una chica bien activa en la lucha por concienciar y apoyar a las comunidades. También andaba metida en política. Una voz joven para tratar de cambiar un país aún subdesarrollado, con muchas carencias, un gobierno corrupto y los recursos en manos del mejor postor.
 
La casa era una especie de santuario del Couchsurfing, las paredes estaban pintadas con frases y banderas de algunos de sus visitantes. ¡Incluso tenía un libro de visitas!  Más de 60 en dos años, no está nada mal. Me contaba que muchos de ellos se quedaron meses trabajando en algún proyecto, que alguna vez se llegaron a juntar hasta 6 y no sabían dónde meterse. Era toda una experta que sabía diferenciar entre tipos de viajeros. ¿De cuál sería yo?

Estuve solo un par de días, pues mi viaje tiene un destino. Siempre lo tiene y ese hecho me da seguridad de saber a dónde llegar, pero también me da pena, la incertidumbre es un gusano que me gusta que baile en la tripa. Es adictiva, como el chile picante. La última noche les preparé una tortilla de patata y la mamá de María estaba emocionada, no sé si por ver a un hombre cocinando o por saber cómo se hacía, pero se acercó a la casa y no quitó ojo. Incluso me quitó de en medio por un ratito. No tuve en cuenta el factor teflón de la sartén y se pegó, menuda vergüenza presentarles así un plato típico jaja, pero pude salvar la situación y hacer algo medianamente presentable, aunque con textura de zapatilla. Pero les encantó. 

No he hecho muchas fotos por dos motivos: el primero es que hasta hace unos meses llevaba 30 años sin tener una cámara propia, todo un hito para un licenciado en audiovisuales. No estoy acostumbrado y, aunque a cada paso veo una foto perdida y me arrepiento, prefiero olvidarme de la carga de llevar una cámara tan cara y apetecible, al menos hasta que conozca el lugar y su seguridad. Este es el segundo motivo. Pero trataré de cambiar y poco a poco haré más fotos.

El domingo temprano salí para el centro de la ciudad y en el mercado, siendo el único extranjero en un par de kilómetros a la redonda, objeto de todas las miradas, agarré una de esas furgos que atan la maleta arriba y emprendí mi camino para el destino final y para lo que he venido: Voluntario en un instituto hogar de jóvenes de bajos recursos de las comunidades rurales. Pero eso ya es otra historieta!
  

 

martes, 2 de septiembre de 2014

On the Road to Guatemala II (La Casa de los niños del árbol)



En los viajes y en la vida me suelo guiar por lo que dice mi intuición y por cómo esta se entiende con el entorno. Esta vez tampoco ha sido muy diferente, señal posiblemente de que todo va bien. Las vibraciones estaban siendo buenas y las sincronías, esas pequeñas causalidades, extrañas conexiones de tiempo y lugar a las que no quiero buscarles explicación, solo sentir, también me acompañaban, por lo que decidí aventurarme y probar de nuevo la experiencia del Couchsurfing.

Para los que no lo conozcan, Couchsurfing es una red mundial de viajeros que se ofrecen hospedaje e intercambio de experiencias entre sí. Dependiendo del momento, uno puede ofrecer cobijo o solicitarlo. También suele haber comunidades en cada ciudad donde se planifican actividades, se resuelven dudas a los recién llegados,  etc. Se basa exclusivamente en la confianza y en un perfil donde los usuarios se escriben referencias y comentarios sobre sus experiencias.



Esta forma de viajar ya la había probado en Xalapa, y la experiencia fue genial: entre otros, hospedé a una pareja de artistas argentinos que llevaban un año y medio viajando por carretera con presentado su obra y tendiendo la mano para recibir el abrazo latinoamericano. También, gracias a la comunidad, me permitió conocer a mucha gente que, luego serían buenos amigos.

Así que en esta ocasión y por primera vez iba a continuar mi viaje con esta fórmula. Envié un par de solicitudes para mis próximos destinos y en menos de una hora ya estaban aceptadas. ¡Bien! Ya tenía cubiertos los dos próximos destinos en Bacalar y en la isla de Flores, ya en Guatemala.

Couchsurfing no es una manera de gorronear o buscar un ‘hotel gratuito’, aunque sí ayuda bastante a paliar los costes del viaje. Es una forma de compartir experiencias, de sentirse formar parte del lugar a dónde uno viaja, ser local desde la perspectiva de extranjero, es una forma de aprendizaje fuera de la burbuja turística. Por un momento pensé en no hacerlo y me imaginé yo solo en un hotel, pato mareado con el maletón a cuestas y un gran silencio. ‘¿Qué coño pinto yo allí?’, pensé. Dudé de si me gusta viajar completamente solo. De momento, creo que me parece aburrido o simplemente no estoy preparado para ello. Y menos tan cargado de equipaje. Siempre es bueno tener donde llegar, donde entregar la confianza, aunque esta sea la de un perfecto desconocido. Gracias a estas iniciativas y a internet, hacen del mundo un lugar más maravilloso.

La laguna de Bacalar era mi destino y allí llegué bajo un sol que derrite el asfalto y convierte las camisetas en trapos chorreantes. Tenía las señas del lugar donde iba a ser acogido y estaba a unos 4 km. A las afueras del pueblo de Bacalar, a escaso 50 metros de las laguna, solo separadas por la carretera federal.  Me quedé atónito al entrar…

La Casa de los niños del árbol es un fabuloso proyecto de cuento, digno de ser relatado, apoyado y visitado si se tiene ocasión. Es el templo del bambú, un remanso de paz, una vuelta a los orígenes con las herramientas y los conocimientos del siglo XXI.

En México everything is possible. Me vuelvo a reafirmar que en España nos sobra formación, pero nos falta ambición, capacidad para emprender un proyecto, pintar en la realidad los bocetos, las ideas. Pero lo cierto es que la maquinaria de estado, las interminables listas de documentos, las tasas prohibitivas, el capital mínimo… Nos lo ponen muy fácil para renunciar antes incluso de empezar.





Christien es un chico de la gran generación del 84’ (la mía jeje) que dejó de estudiar arquitectura porque la educación formal no se alineaba con su forma de ver la vida, minaba su creatividad. Entonces hace cinco años decidió comprar un terreno de unas dos hectáreas y embarcarse en el proyecto de construir una eco aldea con bambú, con la intención de que fuera un lugar para dar a conocer el uso del bambú como un material sostenible, resistente y flexible. Y allí abre sus puertas a cualquier viajero que quiera conocer y quiera echar una mano, pues siempre hay algo que hacer allá.

Me reconoce que sí que es necesario estudiar y que quizá no debió dejar los estudios tan pronto, pues tuvo que aprender muchas nociones básicas a base de errores, de construcciones que no se soportaron. Pero también me afirma que la educación machaca la creatividad y que muchas veces los proyectos quedan limitados a la cabeza o como mucho al papel. En ambas tesis estoy de acuerdo.

En el campo del sur del Caribe los ritmos de vida los marcan la luz  y la intensidad del calor. Así me tocó adecuar los horarios y levantarme sobre las 7 de la mañana para acostarme a las 10 o las 11 de la noche. El trabajo para de 12 a 4 porque el calor es tan intenso que apenas se deben hacer esfuerzos, tiempo de remojones en la laguna.  En los casi tres días que estuve  ahí tuve la oportunidad de colaborar con Christien haciendo un pequeño reportaje fotográfico del lugar para que pueda promocionarlo y más gente llegue a apoyarlo.

Aquí el enlace del lugar:

El último día tuve ocasión de asistir a una venta de gallinas, perseguirlas y atarlas para llevarlas a otro impresionante proyecto, esta vez con ánimo de lucro: un eco hotel que necesitaba huevos para cubrir sus menús. Cómo corrían y se escurrían las jodías! Con cuidado y advertido de mis limitaciones físicas, también pude ayudar a Christien a pintar la puerta, trasplantar un limonero, pasear con la bici por el pueblo, disfrutar de interesantes pláticas y varios chapuzones en la laguna, conocer amigos y saborear de nuevo la hospitalidad de México.

A las 6 de la mañana del día siguiente un amigo de Christien me llevó en camioneta hasta Chetumal, frontera con Belice para el penúltimo viaje, que me iba a llevar a la Isla de Flores en Guatemala. Una tormenta impresionante había caído durante la noche y yo pensaba que nos íbamos a inundar allí, pero amainó ya para el amanecer. El autobús tenía prevista su partida a las 7 de la mañana y ahí le dije al compañero que debíamos estar. Yo estaba en tensión por que veía que no íbamos a llegar a tiempo y justo cuando llegamos me dijo: 'Ves? Las 7 en punto. Te dije que llegaríamos.' Me dio risa, de mi estrés europeo y de que al final al tran tran todo salga bien. Por suerte ya tenía una reserva y me estaban esperando, ya que solo íbamos a ser 4 para el largo viaje. Le di un abrazo y me despedí, quien sabe si nos volvamos a ver. Pero gracias por todo.