sábado, 26 de enero de 2013

El Neuromarketing


Ya casi estamos en el futuro. En los últimos años se han logrado pasos de gigantes en lo que era el gran enigma en el estudio del ser humano: el funcionamiento interno de la materia gris y su relación con nuestros actos, capacidades y habilidades, entre otras cosas.  La nueva doctrina, que fue bautizada como neurociencia, abría un mundo de posibilidades para el estudio y cura de muchas enfermedades mentales y trastornos psicológicos, entre otras cosas. 


Pero nada más lejos de la realidad, el uso de estas tecnologías tan avanzadas no es barato y no puede vivir solo de las ayudas gubernamentales o de la financiación de las universidades. Alguien pensó un día que esto podría de ser de gran ayuda para las empresas, entidades con gran capacidad de gasto. Ese alguien es Martin Lindstrom, un gurú del Marketing, que fue de los primeros en usar las técnicas de la neurociencia enfocadas a la mercadotecnia.  


Según la Wikipedia, “el neuromarketing consiste en la aplicación de técnicas pertenecientes a las neurociencia al ámbito de la mercadotecnia, estudiando los efectos que la publicidad y otras acciones de comunicación que tiene en el cerebro humano con la intención de poder llegar a predecir la conducta del consumidor.”

¿No da algo de pavor?  El avance de esta ciencia incipiente tiene un alcance potencial del que probablemente no seamos aún conscientes. Pero de eso trata la neurociencia, de desnudar lo más íntimo, lo que era hasta ahora desconocido. De hecho, se han hecho experimentos en los que ya es posible adivinar la decisión que tomará una persona unos segundos antes de que se produzca, incluso sin que ella misma lo sepa.

Según la estadística, el 90% de los productos que salen al mercado fracasan en su primer año de vida. Y todos han seguido a raja tabla las investigaciones de mercado, encuestas, dinámicas de grupo, etc. Este tipo de estudios no arrojan en sus resultados las verdaderas intenciones de los consumidores. Y no es que mientan, sino que probablemente ni ellos mismos saben realmente qué harían en las situaciones planteadas.

Por ello, basándose en los fracasos de un puñado de empresas que desperdician miles de millones en campañas de publicidad poco efectivas, Linsdstrom decidió unir la neurociencia a los designios del marketing. De ahí nació el Neuromarketing y su libro Compraadicción.

Martin defiende la idea de que los consumidores no saben realmente por qué se decantan por elegir tales productos o cuáles. De hecho, estudios recientes revelan que el 75% de las decisiones de compra se apoyan en factores emocionales. El Neuromarketing entonces sería el encargado de averiguar qué  factores promueven a los consumidores a tomar ciertas decisiones para, con los resultados obtenidos, diseñar campañas más efectivas. Y en este punto es donde de está el verdadero peligro.
Las personas en la mayoría de las ocasiones no tenemos un control verdadero sobre lo que compramos. Imaginemos que las empresas sí lo tuviesen y  focalizaran las estrategias de venta en ahondar en el subconsciente e influenciar estas decisiones “espontáneas”, ¿no sería esto una intromisión y una violación subliminal de la libertad  de compra, aunque tuviesen las mejores intenciones?

Por supuesto, el consumidor siempre tiene la última palabra, pero sus decisiones ahora sí se verían influenciadas por factores que no pueden controlar y de los que ni siquiera se percatarían. Por tanto, en la relación de fuerzas consumidor – vendedor, el primero estaría en desventaja y a merced del segundo, por si ahora no lo estuviera. Ojos que no ven…

Lindstrom se apoya en que las intenciones que le motivaron a llevsar a cabo el proyecto fueron las mejores, y no dudo de ello. De hecho, su primer estudio consistió en averiguar por qué los fumadores no son sensibles a las campañas antitabaco. Descubrió que no solo no eran efectivas, sino que los carteles informativos y las fotos espeluznantes despertaban una zona del cerebro que les motivaba a fumar aún más. 
¿Pero quién nos asegura que en unos pocos años, cuando esta ciencia avance de sobremanera, que los conocimientos no caerán en las manos equivocadas y que todas las compañías antepondrán los valores éticos al principio universal de maximización de beneficios? No hay que ser muy lince para apostarse el hígado a una sobredosis de tequilas de que así será.

Quizá debieran empezar a estudiar el caso en conjunto los estados y organismos internacionales para vigilar conocer en qué consisten estas prácticas y qué malos usos se podrán hacer de ellas. Se debería pensar en establecer una normativa y unas medidas de aplicación de la misma. Aunque por normal general la legislación siempre va un tiempo detrás de la realidad, con lo que seguramente pasarán unos años hasta que veamos resultados en este sentido. Quizá hasta que no ocurra algún escandalo que salga a la luz pública. 


¿Y qué será de nosotros? Preparémonos para el ataque más silencioso a nuestra intimidad y a nuestra libertad.  

En los próximos años la neurociencia va a ser una herramienta de un poder insospechado que representará el fin de la privacidad, de lo más íntimo. Las posibilidades de manipular a la población, tanto para bien como para mal, por parte de las empresas y los estados se multiplicarán y solo cabrá esperar que se haga el mejor uso de ella. Parafraseando a Tolkien: ‘Se está forjando un anillo para gobernarlos a todos’. ¿En qué manos caerá?

Os dejo un docu bastante interesante sobre este tema:

domingo, 20 de enero de 2013

Buscar los sueños


Marianna tiene 32 años y es viajera por naturaleza. Como muchos niños sueñan, desde la infancia siempre había querido vivir en una casita de árbol. Durante la adolescencia lo olvidó y, ya de mayor, la idea había retomado fuerza en su cabeza.

Un día decidió buscar el término  en Google y vio unas lindas construcciones de madera alzadas sobre las copas de los árboles. Buceó un poco más y descubrió que eran reales y que estaban en Chile. La siguiente búsqueda que hizo fueron vuelos baratos para América. Dos semanas más tarde, abandonaba su Polonia natal para embarcarse en un avión camino de Cancún sin billete de regreso.

Una vez en el caribe, sin mucha prisa y con un colchón económico de unos años de trabajo en Alemania,  pensó en recorrer los 10.000 kilómetros que hay entre México y Chile en un viaje por carretera, sin calendarios ni destinos prefijados. Simplemente pensó en conocer y dejarse llevar por las experiencias que fuese encontrando en el camino. Le tomaría unos meses llegar hasta Chile, pero sería el viaje de su vida.

Conocimos su historia mientras nadábamos en el atardecer, al este del lago Petén Itzá, en plena selva guatemalteca, en un pequeño pueblo llamado El Remate. Había llegado hasta allí siguiendo una ruta parecida a nuestra, pero algunos días más tarde. 

Tomaba el sol y hablaba perfecto polaco, alemán, francés, inglés y, aunque decía que no hablaba español, se defendía muy bien. 

Nos contó que antes de llegar a Guatemala conoció a varios chilenos que le hablaron de su país, sus paisajes y sus gentes. Reconoció que al principio pensó que era una locura lo que estaba haciendo, pero cada pedacito de Chile que encontraba por el camino le acercaba más a su casita del árbol.



La tarde acabó por apagar los rayos de sol y quedamos en vernos por la noche, alrededor del fuego. Así, mientras se consumían las llamas y se vaciaban las cervezas, pasamos el rato platicando de nuestros viajes. Yo le conté mis experiencias de supervivencia por los fiordos y la búsqueda fallida de Nessie y ella me habló de sus viajes por Europa y Asia. Por lo que me dijo, Asia debe ser fascinante, algún día mis pies aterrizarán allí.

Decidió acampar con nosotros y a la mañana siguiente Rodrigo le dibujó un mapa de lugares que podría visitar en Chile y una lista de contactos a los que podría acudir en caso de necesitar algo. En su cara pudimos ver que cada gesto y palabra de Rodrigo la acercaba más a su Chile en sueños y que, si algún día llegara hasta allí, el lugar la atraparía y no la dejaría salir. Ya no le haría falta un billete de regreso.

Marianna es una de esas personas diferentes, especiales, de las que parece que solo salen en las películas y que nunca sabes si volverás a ver, como tantas otras que conocí y que ya ni recuerdo.  No pudimos hacernos una foto porque vendió a unos chilenos en México su cámara Reflex para ayudar a financiarse el viaje. 

Lo curioso fue que, mientras se iba, tuvimos la sensación de que algún día la volveríamos a ver, quién sabe dónde. Si Google es capaz de adivinar el destino, Facebook es capaz de acercarlo.

lunes, 14 de enero de 2013

Vivir al día



Mi primer objetivo del año fue nadar los 250 metros que separan a la isla de Flores del pueblo de San Miguel, en el lago Petén Itzá, al norte de Guatemala.  Por lo que salí del albergue con lo básico: bañador, gafas y tapones para los oídos. Nada más. Llevaba varios días nadando y me había propuesto que lo iba a conseguir.

Las lanchas llevan de una orilla a otra por 2 Quetzales, unos 20 céntimos de euro al cambio. Al puro estilo veneciano, tomar la lancha es una actividad bien cotidiana y barata para los autóctonos y un objeto de admiración para los turistas, que son presas fáciles y constantemente caen engañados. 

Ya en el muelle comencé a dudar si llegaría, si sería demasiado peligroso y lo siguiente, si una vez allí tendría fuerzas para volver. Realmente 250 metros no es una gran distancia, pero no es lo mismo recorrerlos en una piscina olímpica que en un lago o a mar abierto. 

El día había salido con algunas nubes y viento, pero caluroso. El viento no era muy fuerte, pero lo suficiente para que hubiese algo de corriente que dificultaría el nado. Sin pensarlo demasiado me lancé al agua y comencé a nadar tranquilamente, aunque a los pocos metros comenzaron a venirme pensamientos que me habían contado sobre leyendas de cocodrilos, serpientes, anguilas eléctricas y demás fauna subacuática. Además la corriente no me estaba ayudando. 

Comencé a experimentar un estado de ansiedad que me aceleraba la respiración y hacía que me cansase antes. Así no iba a llegar jamás, pero volver tampoco era buena idea. Así que decidí parar, relajarme un poco y alcanzar una pequeña isla que quedaba a mitad de camino. No hay peor enemigo que uno mismo.

La isla podía medir como una cancha de basket y tenía un par de mesas con sombrillas y algún columpio. Aparcado al otro lado había una especie de muelle que resultó ser un barco, con el diseño más raro que he visto. Allí me quedé relajado, dudando si continuar o volver.

Las lanchas pasaban de un lado a otro hasta que una se detuvo en la orilla. Se bajó un tipo moreno, sin camiseta, con la ropa de varios días, descalzo y con la cara decrépita, aún borracho. Se notaba que había llevado una vida dura, y la noche de fin de año más aún. Nos saludamos y me invitó a pasar a su casa, en el barco para fumar mota (maría). Aunque no quise fumar, acepté la invitación de compartir un pedacito de su vida.

No recuerdo su nombre, pero según me contaba, llevaba un tiempo viviendo de okupa en el barco, que antes había sido un restaurante. Era un profesor de 39 años que se dedicaba a recorrer las comunidades guatemaltecas enseñando a los niños permacultura y reutilización del plástico y cartón. Allá en plena selva, un mal año de cosechas puede ser la sentencia de muerte para muchas familias. Los subsidios en Guatemala son un lujo inalcanzable. Así que les decía: ‘¿Queréis salvar la vida por 3 Quetzales cada uno?’, y les enseñaba a trabajar estos materiales para hacer artesanías, utensilios como escobas, herramientas de labranza e incluso , les enseñaba como construir casas. ‘Hay mucho por hacer y mucho que aprender’, pensé.

Venía de salvarse de una friega por haber dormido en casa de una chica joven con su familia bajo el mismo techo. Al amanecer, el hermano, bien cabreado, le había amenazado y le quería correr a mamporros. Él lo había invitado a desayunar para que se calmara, y así se libró de unas buenas hostias. Fue entonces cuando regresó al barco y se encontró conmigo.

Me preguntó cómo había llegado hasta allí y le conté la historia, me dijo que él a veces venía a nado y que regresaría conmigo también nadando. Así que empacó todas sus pertenencias, que cabían en una sábana, y paró la primera lancha que pasaba cerca.

Le dije que iba bastante tomado, que quizá no era buena idea, y que se fuera en la lancha, que al menos tenía la plata para ir. A lo que me contestó: ‘Simón, puede que no sea buena idea.’  Pagó al lanchero para que lanzase sus pertenencias en la otra orilla y cuando la lancha arrancó nos lanzamos al agua a nadar los poco más de 100 metros de distancia.

Esta vez iba algo más nervioso, pero ya no por mí, sino por ese peculiar personaje que se estaba jugando la vida. Aunque si había sobrevivido ya 39 años, no tenía por qué acabar ahí su existencia  el día de Año Nuevo. Me iba girando poco a poco y vi que cada vez lo dejaba más atrás. Al tipo nadie le había enseñado a nadar, así que hacía lo que podía.

Decidí acelerar el ritmo porque me estaba cansando y en pocos minutos llegué a la orilla. Me giré y él tipo estaba en mitad del lago pidiendo ayuda. Grité a una lancha para que lo agarraran. Con suerte, llegaron a tiempo y lo remolcaron.  Cuando levanté la cabeza vi a un puñado de gente mirando al centro del lago. En el muelle se había creado bastante expectación y la gente murmuraba, unos más preocupados, otros se reían. También me miraban a mí, aunque yo solo era un personaje secundario de la escena.
 La lancha llegó y el tío estaba tirado en el suelo, parecía inconsciente. El resto de pasajeros salió como si nada y la gente del muelle esperaba alguna reacción. El tipo abrió los ojos y comenzó a reírse a carcajada suelta. Se levantó y me dijo: ‘¿Ves? Aquí no hay ningún peligro de ahogarse.’  Agarró sus cosas y se fue a vender artesanías.

‘Esto sí que es vivir al día’, pensé.

jueves, 10 de enero de 2013

Nuevo año en Guatemala



Hola a todos! Aquí sigo con mi ejercicio de memoria para no olvidar este viaje!

El camino a Guatemala estaba lleno de incertidumbres, no sabíamos cuántos transportes teníamos que agarrar, cuántos visados que pagar y cuántas monedas que cambiar para salir de México, atravesar Belice y llegar Guatemala. Según todos esos gastos nuestra supervivencia sería más o menos cómoda. Decidimos cambiar los pesos a dólares, puesto que luego sería más fácil moverse  y en la casa de cambio ofrecían una oferta muy buena, casi sin perder dinero.  

Así que allí estaba en la estación de Tulum, con todo mojado y descalzo, esperando al autobús que nos llevara a la frontera, con la incertidumbre de no saber bien cuándo ni cómo llegar.  Pero todo fue más fácil de lo esperado, una vez llegamos allí, compramos inmediatamente los últimos boletos para el autobús camioneta que nos iba llevar directamente a la isla de Flores, al norte de Guatemala. Posiblemente fue la solución más cara, pero ante la ignorancia y la incertidumbre fue una buena decisión.

De lo poco que vi de Belice desde el autobús, la única conclusión que saco es que es un país que refleja como ninguno la colonización. Primero la mayoría de la población es negra y son así gracias a los esclavos que los británicos traían de África para talar parte de la selva para extraer el caoba tan famoso y señorial que ha adornado las casa nobles y burguesas de los últimos 3 siglos. Otro dato es que en Belice el idioma oficial es el inglés, aunque se hable mucho español y lenguas indígenas. Y lo que más me impactó es que en sus billetes sale la cara de reina de Inglaterra. Se independizaron apenas hace 30 años.

Eso sí, los paisajes son completamente llanos y tropicales, poblado de plataneros y palmeras. Una vez pasamos la frontera a Guatemala nos cobraron 15 dólares por haber pisado suelo beliceño. En la entrada a Guatemala también nos quisieron cobrar, esta vez de forma corrupta, pero utilizamos nuestras mejores armas para no pagar. El cambió de moneda no fue del todo bueno, pero fue lo mejor que encontramos. Otro día explicaré mejor esto del negocio de las fronteras. 

Pero bien, en apenas 10 horas ya estábamos en nuestro destino con toda nuestra casa a cuestas, como los caracolitos. Guatemala es un país centroamericano, no es como México y se nota, es puramente rural y la mayoría de la gente tiene sus pueblitos o aldeas en mitad de la selva. Y es que es todo selva, es el segundo pulmón del planeta, solo por detrás del Amazonas.


 
Nosotros fuimos a parar a la isla de Flores, situada en medio del lago Petén Itzá, un lago grandísimo, no sé si igual que el lago Ness, pero al menos con el agua bien tibia para nadar un ratito jeje. Aunque también hay leyendas de sus monstruos particulares: los cocodrilos.

Nada más llegar nos dimos cuenta de lo que nos había advertido Rodrigo, que nunca aceptásemos el primer precio porque estarían cobrándonos el doble de lo que cuesta. Así que para absolutamente todo tuvimos que negociar.  Y no sé si será porque no estamos acostumbrados en Europa, pero me dio la sensación de que nos estaban discriminando por el color de nuestra piel. Todo extranjero tiene más dinero que ellos y tratan de sacar provecho de la situación. Y no diferencian. Muchas veces es desesperante, aunque la mayoría de las veces conseguimos buenas rebajas. La lección que aprendimos: nunca preguntes cuánto cuesta y nunca pagues con un billete superior a lo que vale.
De todos modos, fuimos a parar a un hotelito y conseguimos sacar un buen precio, a unos 4 euros por persona la noche. Y como buenos gitanos, la habitación se convirtió en nuestra despensa, cocina, baño, lavandería y dormitorio. 

Compramos unas cuantas cervezas y celebramos que en Guatemala se puede beber en la vía pública. Acá en México puedes acabar en el calabozo por darle un sorbo a una lata. Después nos dijeron de un lugar que hacían un concierto y allá fuimos y estuvimos bebiendo, bailando y me dejaron tocar la armónica, esta vez improvisando a ritmo de cumbia, y no se me dio nada mal. Si es que no hay mejor forma de llamar al duende que con unas espirituosas, ya lo decía Mick Jagger.


Allí estuvimos unos cuatro días y me dio tiempo a conocer a varios personajes de la isla, unos okupas que vivían en un barco, unos músicos de El Salvador que iban girando y también a los chavales del pueblo que, como ya es tradición allá donde voy, los vi jugando a fútbol y quise tantear como está el fútbol guatemalteco de nivel y  ellos nada mal, pero yo estoy acabado. Fui el único que jugó cual brasileño de las favelas descalzo (olvidé las zapatillas en el hostal) y acabé con los pies molidos.  

También hicimos una escapada de dos días a las ruinas de Tikal, una de las primeras grandes ciudades mayas. El perímetro del lugar es inmenso, unos 25x25 kilómetros, Y además de ser una importante zona arqueológica, también es una reserva ecológica. Yo nunca había oído hablar de las ruinas, pero luego oí que películas como Stars Wars o Apocalypto se inspiraron en estas pirámides. Cuando vimos el precio de la entrada nos quedamos sin saber qué hacer porque nos partía el presupuesto. Costaba 150 quetzales, que vienen a ser algo más de 15 euros. Tendríamos que hacer malabares para pasar los últimos días y llegar a la frontera. En Guatemala no funcionan los cajeros para los extranjeros, solo hay en contadas ciudades, por eso, quedarse sin dinero puede ser un gran problema. Estuvimos a punto de echarnos hacia atrás. Aún así se apiadaron de nosotros y nos hicieron una rebaja a 100 quetzales por persona.
 
Y realmente mereció la pena verlo. Aquello sí que es pura selva y te puedes hacer una idea real de cómo es el medio natural sin la intervención humana. Y de cómo pudieron vivir y construir semejante civilización los mayas en un medio así, sin haber conocido el metal ni usado la rueda. 

Se puede fácilmente ver a los monos colgándose por encima de los árboles, aunque advierten que hay que tener cuidado con ellos, porque les gusta mostrarse lanzando objetos, orinando y defecando en las cabezas de los curiosos. ¡Qué lindos animalitos!  

También vimos tucanes, colibríes, luciérnagas, lagartos de medio metro, algunos roedores gigantes y el animal que más respeto me causa por su frialdad, el cocodrilo. El ejemplar apenas medía un metro, pero allí estaba, a la orilla de una laguna, en su hábitat, esperando que alguien cometiera el error de acercarse demasiado. Me quedé observándolo más de media hora. Él parecía que ni se inmutaba, aunque sus garras estaban bien tensas, preparadas para mi descuido. Luego pregunté a un empleado del parque y me dijo que en la otra parte de la laguna, en zonas más pantanosas los había más grandes y hace años tuvieron problemas porque algunos atacaron a la gente e incluso uno se comió a un trabajador. 

Al amanecer del día siguiente fui a buscarlos, pero no los encontré, casi mejor... Pero fue un momento mágico, todo el parque es para ti, apenas han llegado los turistas y si te paras en un sitio y te quedas en silencio puedes oír los miles de sonidos de la selva. 


La isla de Flores no refleja realmente la realidad del país, ya que está enfocada solo al turismo. Así que nos marchamos hacia El Remate, un pueblito que se encuentra a la orilla del mismo lago, pero a 30 kilómetros de distancia, también es turístico, pero no tan salvaje, está en la plena selva. Allí acampamos en la tranquilidad más absoluta y, aunque nos llovió casi todo el tiempo, pudimos disfrutar del lago y conocer a muchos viajeros y a una familia guatemalteca encantadora.

 Después, en la madrugada del tercer día, bajo la lluvia,  recogí y emprendí la última etapa del viaje solo, con algunos alimentos y el dinero justo para llegar a la frontera sin que me engañasen, mojado y maloliente, para ir a conocer las ruinas de Palenque en Chiapas. Ya en México de nuevo.

Me fui con la sensación de no haber visto nada y de que Guatemala realmente es un país muy tranquilo y donde hay mucho que hacer. Eso sí, mejor no abrir el periódico, porque si no uno no saldría de su casa.