domingo, 21 de diciembre de 2014

Deshaciendo frustraciones


Es el último día del período, los alumnos ya se quieren marchar a sus casas a disfrutar de dos meses de vacaciones. En ese trajín del último día se organizan para limpiar las instalaciones: pequeños ejércitos de escobas y trapos salen a saciar los hambrientos cubos de basura. Cada uno sabe su papel y no es necesario que ningún general esté encima de ellos dictando órdenes para que hagan sus tareas. Ya estoy habituado y no me sorprende, pero no deja de ser insólita la disciplina de trabajo que tienen los chicos.

En esas llega un alumno a la sala de profesores y se sienta a ver cómo día tras día sigo ensimismado, descubriendo y aprendiendo a manejar los entresijos de los mundos cibernéticos:

- Quería agradecerle profe el trato con el que nos ha recibido y su…  - hace una pausa dramática para buscar la palabra correcta - …excelencia a la hora de dar la clase, – me dice este alumno, con el que tengo una buena relación, pero al que le cuesta mucho estudiar y aunque aprobó mi asignatura raspadito, probablemente repetirá el curso. Aunque el pobre tiene fe en que aprobará. 
- Gracias Santiago – le digo, sin darle mucha importancia y pensando que quizá me quiera hacer la pelota. ¿Pero para qué me querría hacer la pelota, si ya están las notas puestas? 
 - Hablando con los demás patojos me dicen que les gusta su forma de dar la clase, de pronunciar, sienten que están aprendiendo – insiste en su intento de adularme. 
  - Será por la novedad Santiago. También porque yo he tenido la oportunidad de viajar y aprender a hablar más o menos y saber un poco cómo se pronuncia el inglés – justifico y sigo con mi tarea sin querer dar importancia a sus palabras y a tratar de ignorarle para que no siga por ahí. Sinceramente, nunca sé cómo encajar este tipo de alabanzas.

 El alumno me da la mano y se despide. Una vez ya conmigo mismo comienzo a sentir un calor en el estómago que eclosiona en un gran estado de satisfacción. Verdad o no, ¡qué coño! Es un gusto que reconozcan así tu trabajo, ese agradecimiento por enseñar unos conocimientos de la mejor forma posible. Comienzo entonces a hacer balance, la memoria activa los recuerdos: cientos de currículums repartidos por todo el territorio nacional y ni una sola entrevista. Pienso en mi situación estos años en España y las ‘cero’ oportunidades que he tenido para intentar comprobar si podía desarrollarme como maestro de muchos, no solo particular, a la vez que hacerlo de forma legal y comprobar si es algo que realmente me iba a gustar. Pero no ha podido ser y no creo que sea posible, la fila es demasiado larga.

Creo que esta forma es mucho más honesta que aprobar una oposición sin haber dado una sola clase (como solía ocurrir hace algunos años) o al menos haber trabajado de ello durante un tiempo. Al fin y al cabo se trata de una profesión con una alta responsabilidad, que implica el trabajo con personas, emociones y la lidia de conflictos. Uno debe ser consciente si está dispuesto a asumir una profesión que uno va a desempeñar toda la vida, no es solo un trabajo fijo.

Posiblemente en Guatemala me falten muchas otras cosas y no sea este lugar para quedarme para siempre, pero sí para comprobar algo que ya intuía y que no podía comprobar en España: darme cuenta de que en la enseñanza no soy un inútil, que soy valioso y que puedo hacer lo que me propongo, siempre que me den la oportunidad.

Esta generación repleta de ‘aventureros’, la mejor preparada y desperdiciada a la que tengo el gusto de pertenecer, tiene mucho por decir y hacer. Existen lugares que realmente necesitan apoyo y, aunque sea por un tiempo, cualquier ayuda es bien recibida. Se trata de hacer justicia global, de redistribuir el capital humano donde no llegan los recursos financieros, de colocar las piezas del puzzle donde faltan.

La arcaica y tosca burocracia de estado y las bajas expectativas son una muralla casi infranqueable que minan las ganas de emprender en España. Tampoco nos enseñaron nunca. No hay cultura, nadie quiere asumir el riesgo en estos tiempos de espirales de deuda infinitas.

El mundo es demasiado grande como para que no haya un hueco para ti. Creo así se puede luchar contra la frustración, contra ese puñal de traición a una promesa de años de sacrificio a cambio de una vida mejor, de unas aspiraciones mejores que la de tus antecesores. Al menos, para paliar ese daño, creo que todo aquel que se sienta así, si las condiciones lo permiten, debería ir en busca de sí mismo, en busca de su desarrollo, en busca de cumplir esa promesa fallida.

Aunque el problema comienza cuando no se hace por gusto ni por convicción, sino que el frustrado se siente rechazado por un sistema que no ofrece huecos, y se tiene que marchar a regañadientes, quebrando familias, vidas comunes y amigos que quizá al tiempo sean desconocidos.

No es fácil dejar atrás visibilizando la incertidumbre que da la niebla de un futuro espeso. Pero la vida sigue. Desde aquí animo a todos aquellos que están en esos callejones sin salida que den el paso. Hay mucho que sacrificar, pero las personas de valor estarán ahí esperando a la vuelta. Detrás del muro hay mucho por descubrir de uno mismo, por creer y crecer.

Hay que luchar por sentirse útiles, por soñar cumplir los sueños, siempre despiertos, con los pies en la tierra. Nada es eterno, solo se trata de darse cuenta de que sí, sí lo valemos. Si no hay alas, pues no queda otra que fabricarlas, aquí o allá, donde sea, no acomodarse, no rendirse y no creerse nunca lo suficientemente bueno como para convertirse en mediocre. El mundo es dinámico y la vida un constante aprendizaje.