domingo, 30 de noviembre de 2014

El fin de curso. Entre dos mundos



Ahorita sí, escribo para actualizarme y ponerme al día con un diario de viajes que, con lo rápido que me muevo, a veces parece una losa que se hace más pesada con el paso de los días. Acabaron las clases en La Casa de la Esperanza el 30 de octubre y el 31 los chicos se marcharon para celebrar con sus familias el Día de Muertos, un día lleno de color, música de marimba, comida y alcohol, muy alejado del luto negruzco nacionalcatólico al que acostumbré a conocer en España. Al ser religiosa, es una celebración que ni me va ni me viene, pero si tuviera que elegir, me quedo con al aire festivo y alegre en lugar de la tristeza.

Según la tradición prehispánica, ese día los muertos reciben un indulto y pueden bajar a la tierra a compartirlo con sus seres queridos. Esta creencia me recuerda un poco a Dragon Ball, cuando a Son Goku le dan un día para ir a la tierra con los vivos. Seguramente, Toriyama tuvo que sacar la idea de algún lado jejej. Por eso las familias llevan comida a las tumbas,  las pintan, las adornan con flores y pasan el día en el cementerio entre música y baile. Por cierto, tuve que venir hasta aquí parea entender la canción de La Pulquería 'El día de los Muertos'

La celebración del Día de Muertos en Guatemala es algo más humilde que la gran celebración que se hace en México, pero las circunstancias económicas de los dos países son muy diferentes. La muerte es algo mucho más cotidiano de lo que debería ser en Guate, bien por accidente, bien por crimen o enfermedad, muchas de las tumbas del cementerio pertenecen a gente joven.


Una vez acabadas las clases mi plan era marcharme a México y viajar por el país durante dos meses, hasta que recomenzara el curso en Guatemala. Pero comenzaron a surgir pequeños proyectos que retrasaron un poco mi salida. 

Desde la Mancomunidad del Sur de Petén me ofrecieron impartir talleres de redacción y Photoshop a los comunicadores locales y yo, acostumbrado a ser camaleónico y disfrazarme de oficios como Mortadelo, a retarme y a no decir nunca que no, no me quedó otra que decir sí. De nuevo gusanillos de nervios bailaban en la tripa para mantenerme vivo, además de los parásitos, que luego contaré. Tenía nervios porque en esta ocasión iba a ser maestro de adultos con años de experiencia en radio y comunicación. ‘¿Y qué les puedo aportar yo?’, pensaba nervioso… Aunque ellos estaban bien entusiasmados de que gracias a mí iban a mejorar su trabajo. Ninguno tiene algún estudio formal, han ido aprendiendo de forma autodidacta, sin referencias, algún manual y horas de trabajo e imaginación. No hay una sola universidad que imparta los grados de periodismo o comunicación en cientos kilómetros a la redonda. Las más cercanas son privadas y están al alcance de muy pocos.

Trabajar con adultos es más difícil que trabajar con adolescentes en cuanto a que tienes que tener claros los conocimientos que vas a transmitir. Los adolescentes no suelen rebatir, los adultos sí. Los adolescentes  te otorgan el don de la verdad absoluta y los adultos te miden constantemente con una varilla que, dependiendo de cuántos errores cometas, su confianza mengua a velocidad de vértigo.
No fueron muchos alumnos los que tuve, apenas diez, pero entre ellos había periodistas de radios, relaciones públicas de asociaciones, y un caso que fue el que más me sorprendió: Carlos, un apasionado por los medios que compró una imprenta y él mismo se dedica a ‘fabricar’ su propio periódico en todas las fases de elaboración y venta. En realidad, había probado con todo: Revistas Culturales, magazines y periódicos de distintos formatos. Lucha por un periodismo independiente, alejado de financiación pública. En Guate los ayuntamientos municipales muchas veces financian a los medios. Ya podéis imaginaros el resultado...

El primer día descubrí que sí tenía muchas cosas que aportar en cuanto a ortografía y síntesis y organización de las ideas. Las clases se convertían en debate constante sobre el tratamiento de la información, el titular, el enfoque, etc. Salí bastante satisfecho de mi labor como docente.

Entonces me marché. Llevaba más de un mes en el internado sin apenas moverme, ensimismado por la página web, después de los exámenes finales los días eran un transcurso monótono, de la cama a la silla y viceversa. La lluvia tampoco acompañaba. La vida de asceta, meditabunda, me estaba ahogando por momentos. Cuando se van los alumnos la escuela parece un fantasma gigante, silencioso, aburrido a veces. Necesitaba un cambio, aire fresco para volver con más fuerza al inicio de curso y así me tomé mis ‘vacaciones de verano’ y volví de nuevo al Caribe, a Playa del Carmen. Tras un viaje duro, largo, larguísimo de dieciséis horas, llegué a mi México lindo, cálido y querido.

Me recibió mi cuate Christian, que me ofreció su casa para el tiempo que necesitara. Vive en una casa bien bonita de dos plantas, una terracita y piscina compartidas, con dos compañeros más y otro amigo que anda acogido como yo.  Cinco en total. El piso me recuerda a una especie de Erasmus laboral. Playa del Carmen es una ciudad en constante crecimiento y es muy difícil encontrar a alguien realmente autóctono. La acogida como siempre me deja sin palabras de agradecimiento, qué fácil es llegar a un lugar nuevo y que te abran los brazos. Decidí quedarme por un tiempo aquí y buscar algún trabajo. Playa es muy turística, pero tiene su espacio de tranquilidad, no es el paraíso de asfalto de Cancún. Pero después de vivir casi en la tranquilidad absoluta, el cambio fue radical: la selva por la playa, la lluvia por el sol abrasante, los indígenas por los turistas, el silencio por el ruido ensordecedor de la música comercial que inunda cada tienda y garito.

Al día siguiente me levanté y me puse a buscar trabajo cuanto antes. Para ello me prestaron un móvil mexicano y una bici para moverme. Así las cosas son muy fáciles, que suerte tengo la verdad. Debo prepararme para momentos más difíciles, no creo que siempre sea así. Pensaba  que tardaría en encontrar una chamba, pero aquí las cosas funcionan de forma diferente. ‘Tómate unos días de vacaciones o no descansarás, yo tardé dos días en encontrar trabajo’ me dijo un amigo.  Obstinado con mi mentalidad a la española, no le hice mucho caso y a los dos días ya tenía trabajo de fotógrafo en un Club de Playa. Otra vez a sacar mi disfraz de Mortadelo para reconvertirme. Algún día podré hacer mi propia versión de la canción de El Pirata Cojo de Sabina.

El Club se llama Mamitas y, aunque en España ese nombre sería más propio de un club de alterne, aquí en Playa es de los más cool, donde los turistas vienen a tumbarse al sol en camas y hamacas que invaden la arena mientras piden cócteles y comida. El club ocupa casi toda la playa y la plebe apenas tiene unos 5 metros de espacio entre la última hamaca y la orilla del mar para poner su toalla; si lo permite la marea. Aquí nunca oyeron hablar de la ley de costas.

Me dijo el jefe en la entrevista: ‘Piénsatelo, si tienes otras opciones, aquí te esperamos’. ¿Otras opciones? O sea, ¿que aquí nosotros tenemos más poder de negociación porque sobra trabajo? Así es, pero de todas formas acepté. Las condiciones eran perfectas: flexibilidad para un ‘sinpapeles’, entre 6 y 7 horas al día, trabajo en bañador, descalzo, al sol, solo a comisión y con Mac, Photoshop y Lightroom. Con ese equipo las fotos sí que salen profesionales.  

El trabajo era lo mismo que en Canarias pero en lugar de ‘Pepito Piscinas’ ahora sería ‘Pepito Playas’. Ofrecer el servicio, hacer las fotos y tratar de venderlas. He de reconocer que odio esa parte del trabajo, pero la verdad que es mucho más fácil que en Canarias. El Caribe y los colores turquesas del mar tienen más aliciente. También el perfil de cliente: gente joven con dinero pasada de copas muchas veces.

La vida en Playa es perfecta para gente joven, soltera y con ganas de salir. Si uno quiere puede salir todos los días, pero esta vez yo me tomé con mucha calma. No sé si es porque aún mantengo el ritmo de la selva: abstemio y con horario solar, pero lo cierto es que apenas me dan ganas de salir y me siento viejo en comparación con mis amigos jaja. Supongo que todo va por etapas y una de pausa y tranquilidad también viene bien. ¡Aunque se está alargando mucho!

Así que en el trabajo me quedé durante dos semanas (aquí pagan quincenalmente) y ayer fue mi último día porque hoy recibo una visita muy especial y durante 10 días me transformaré en turista, aunque trataré de no ser un guiri al uso. Luego quizá me dejen volver o si no buscaré otra cosa. Con la temporada alta hay bastante trabajo de fotógrafo y me apetece seguir aprendiendo y agarrando soltura en el oficio. Y rellenar la saca. El viaje por México se aplaza de momento. Probablemente pase otras Navidades al sol en el Caribe, que tampoco pinta nada mal.

De un día para otro he pasado a vivir dos mundos completamente diferentes que no están tan alejados físicamente. Por una parte necesitaba volver a un lugar parecido a lo que yo conozco, pero por otra parte se me crean muchas dudas acerca de las desigualdades, de las dificultades de unos y el derroche de otros. De tener que invitar a comer a algunos maestros y trabajadores de la escuela porque no cobran y se ahogan en las deudas a fotografiar a turistas borrachas que se gastan en un día 500 dólares sin despeinarse. Las dos caras de la verdad y yo en medio: voluntario y prostituido, pero desgraciadamente para ser lo primero hay que pasar por lo segundo.Mientras tanto, seguiré buscando la fórmula perfecta.

Seguiremos informando!


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