miércoles, 3 de agosto de 2011

Expectativas

La fotografía muestra un título de la licenciatura en Bellas Artes y un folio en blanco. Simboliza la frustración que sufren los licenciados cuando acceden al mercado laboral. ¿Con qué van a ir a pedir trabajo, con el folio o con el título?


Actualmente, poseer una licenciatura no garantiza la seguridad de obtener trabajo o, al menos, trabajo de la materia en cuestión. Por este motivo tampoco requiere tanto esfuerzo. Siempre he pensado que existen demasiados licenciados, que hay una sobreproducción de estudiantes o, en su defecto, una falta de puestos de trabajo que absorban toda la demanda. A día de hoy está bien clara la respuesta, pero miremos las cosas con perspectiva.

 En 2005, una época boyante,  donde todo el mundo estaba montado en el dólar, cabalgando por encima de sus posibilidades, aproximadamente el 50% de los recién licenciados en Madrid, independientemente de la materia,  tardaron un año en encontrar un puesto de trabajo y, de estos, solo el 43% por ciento tuvo la suerte de encontrarlo adecuado a sus estudios, aproximadamente un 25% del total. Por tanto, a pesar de que los datos no son actuales ni referentes al conjunto de la población, son un reflejo de que el problema es general y estructural, no es solo producto de la crisis. La universidad no garantiza un puesto de trabajo acorde a los estudios. ¿Existe o existía pues, una demanda  de puestos demasiado cualificada, que el mercado de trabajo no puede absorber? ¿O unas políticas que favorecían la contratación temporal, entre otras? 

Por otra parte, cada año se licencian en las universidades españolas más de 100.000 estudiantes, sabiendo que el futuro les pinta bastante oscuro. ¿Cómo iba a admitir el mercado laboral tal cantidad de profesionales? Vivimos en un mundo atomizado,  supersegmentado y superespecializado. Las empresas solo reclaman gente con experiencia. La mayoría de recién licenciados sienten que no han aprendido nada, que no están preparados para ejercer su trabajo. Necesitan especializarse, de ahí que haya surgido desde hace pocos años el boom de los Másters. Es imprescindible tener uno para ser alguien o, al menos, diferenciarse del resto. Pero empiezan a verse señales de saturación. Casi es un paso obligado para cualquier recién licenciado desembolsar una gran cantidad onerosa en otro título que no sabe con certeza si realmente le será útil. Aunque las universidades están viendo tirón y no cesan de crear y solicitar másteres oficiales. ¡Hay que financiarse!

¿Entonces qué? Sálvese quien pueda. Para eso tenemos el tercer deporte nacional, después del fútbol y del cotilleo: el ENCHUFISMO.

Preguntando a mis amigos, e incluyéndome a mí, somos muy pocos aquellos que no hemos conseguido alguna vez un trabajo gracias al cuñado de la suegra de su hermana o el vecino de la prima de su puta madre. Algunas estadísticas dicen que ese porcentaje ronda el 80%. Una barbaridad. Está bien que los familiares, amigos o muchas veces simples conocidos se ayuden unos a otros, que intenten salvarse el pellejo unos a otros. Pero esta realidad cultural tan típica de España esconde otra cara: nadie se fía de nadie. Muchas veces un empresario prefiere contratar a alguien con el que tenga algún vínculo intermedio que otra persona mejor cualificada para el puesto. Esto genera desajustes en el mercado laboral, ineficacia en la mayoría de puestos, exceso de confianza, escaqueo y frustración personal, tanto de aquel que fue enchufado como de aquel que fue rechazado. Quizá en ese aspecto deberíamos ser más europeos y no a la hora de cerrar los baretos. Menos horas y más trabajo.

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