viernes, 16 de septiembre de 2011

Ella, él (4ª parte)


De esta forma, comenzaron a amarse dos náufragos en islas paralelas, expectantes por ver si de una vez por todas liquidaban su sufrimiento, se quitaban el punzón de la tristeza, equilibraban la balanza de la justicia y ajustaban cuentas con el dolor que tanto les había perseguido a lo largo de sus vidas sin motivo alguno. Tan solo querían respirar aire fresco que secara sus heridas, que limpiara todos los malos momentos. Solo querían emocionarse, llenarse de alegría, reír sin saber por qué, esa sensación que todo ser humano persigue, o al menos desea, la felicidad.

Pero no se repetiría otra noche como aquella, con esa fuerza, esa pasión, esas ganas de devorar, de adentrarse el uno en el otro, abrazándose hasta exprimir el alma, sintiéndose cerca, sintiéndose dos seres en uno, dos mundos en uno, un objetivo, un futuro, la chispa que encendiera el camino, algo por lo que vivir, por lo que luchar, el sentido de su existencia. No, no se repetiría otra noche como aquella.

Pasaron rápidamente las semanas y se vino la primavera, que trajo consigo el verano y el calor asfixiante que suele cernirse sobre muchas ciudades. Paralelamente, el frío se había adueñado de la casa de ella, donde se habían mudado. La chispa se había apagado, el calor se estaba evaporando. Llevaban meses viviendo de resquicios, de las cenizas de aquella noche. La rutina se había hecho su sitio en la casa y ninguno sabía cómo echarla de allí. La convivencia estaba haciendo añicos la ilusión. Con el tiempo se habían distanciado, parecía como si continuaran viviendo solos, aun compartiendo desayunos, comidas, cenas y cama.

Sabían que querían amar, y se habían elegido mutuamente para ello. Lo que no sabían que es que se amaban desde una tristeza y soledad muy profundas. Eran dos almas solitarias amándose en mundos paralelos que nunca se iban a entrelazar. Querían disimularlo, pero comenzaba a hacerse demasiado evidente. Cuando la pesadumbre está tan arraigada a uno mismo, cuando los polos son tan parejos, cuando uno no sabe ni levantarse el ánimo a sí mismo es difícil sacar a ambos adelante.

Él había comenzado a trabajar en nuevos proyectos, ilusionantes, eso le decía cada uno de sus compañeros. Tenía una gran inteligencia acompañada de un talento innato. Podría ser un genio, pero necesitaba crear obras maestras, o, al menos, finalizar cada una de las que empezó. Ella se lo repetía y él se sentía bien. Empezó con muchas ganas a trabajar, dejándose la vida ello, con la vitalidad de un chiquillo. Pero se atascaba fácilmente, cada pequeño contratiempo se le hacía un obstáculo insalvable. Se enrabietaba, venían malos pensamientos a su cabeza y retornaban los viejos fantasmas. En pocas semanas volvió a tener la mirada perdida, las palabras de ella ya no hacían efecto, le había vuelto a pasar, no era capaz de mirarla, desconocía por qué. Muchas veces quería hacerlo, pero no podía, algo en su interior le impedía mostrarse, decirle apenas unas bonitas palabras. Quizá ella valía demasiado y no le merecía, quizá en realidad no la amaba, quizá su vacío era demasiado grande como para amar a alguien. Se ahogaba en sus cavilaciones y se iba hundiendo un poco más. Pero permanecía impertérrito ante cualquier situación. Él sabía que ella era la única persona a la que podía amar, pero no era capaz de hacer una mueca, un simple gesto con el que demostrarle algo de afecto. 

Ella decidió al principio tirar del carro, sacaría fuerzas de donde fuera con tal de no volver a perderse, con tal de no volver a estar sola. Resistiría todos los desplantes, aunque el dolor que le propiciaba cada uno de ellos fuera como puñales atravesándole el pecho, partiéndole el alma. Pero debía continuar, se lo prometió a sí misma, lo necesitaba. Le amaba con todas sus fuerzas, quería hacerlo, lo decía cada una de las lágrimas que resbalaban por sus mejillas día tras día. Se lo repetía a sí misma cada vez que le miraba y no veía nada; un profundo vacío rodeaba a su ser y parecía no tener fondo.  Prefería pensar que esa era su forma de querer, eso la tranquilizaba, aunque solo por momentos. Pero los esfuerzos le comenzaban a pasar factura, poco a poco volvió a sentir pinchazos en su estómago, los gusanos verdes estaban despertando.



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