El parque de Tikal es fabuloso, virgen, bello, mágico,
dejado de la mano del hombre en todo lo posible, no explotado aún. Por eso aún
la naturaleza se siente en su expresión máxima y el ser humano sí se siente
como un mero visitante, espectador de la multitud de aves tropicales que
merodean sus árboles, custodiados por los silenciosos y tímidos monos araña,
todo lo contrario que sus vecinos, agitadores y soberbios, los monos aulladores, que esperan el pasar de los
caminantes para demostrar que su rugido no tiene que envidiar nada a los
grandes de las sabanas africanas.
Para el que nunca ha escuchado el grito de
uno de estos monos puede que los testículos se le pongan de corbata o los
ovarios de diadema, ya que el sonido puede confundirse con un animal de grandes
dimensiones, feroz y mortífero.
El verde es el color del parque: verde claro, verde oscuro,
verde pistacho, verde magenta, verde azulón, verde óxido, todos pintados por la
amplia variedad de plantas que lo pueblan.
El calor es sofocante, ya se acerca el verano y se nota en
el ambiente, pesado y húmedo. Con un sol que escuece a punzadas con cada
rayito. Aitor y yo caminamos contemplando la gran metrópolis, esplendorosa, una
de las más impresionantes que forjaron en toda su civilización los mayas. Pero
el sol no da tregua y decidimos sentarnos a la sombra, sobre unos troncos
cortados a modo de asiento.
A Tikal lo barren todos lo días para mantener despejados los
caminos. De otra forma, la fuerza de regeneración de la selva se los devoraría
en un abrir y cerrar de ojos. También para recoger la mierda que
desgraciadamente dejan muchos nacionales, que aún no saben que hay basura que
no es biodegradable y, desde luego, no saben respetar su propio patrimonio. “Es
una pena, pero son los guatemaltecos los que arrojan la basura, los turistas
son muy respetuosos”, nos dice uno de los barrenderos. Y cómo no serlo ante
tanta belleza en lo que fue el lugar sagrado de los sabios ancestros y donde
cada 12 de octubre se les rinde homenaje en la defensa de la identidad, cultura
y cosmovisión mayas.
Abrimos unas galletas y comenzamos a degustarlas, sin hambre
pero con ganas de comer. El barrendero sigue con su tarea, aunque cansado. El
sol ajusticia a todos por igual. Nos mira buscando complicidad y le ofrezco un
par de galletas, sonríe entonces y se sienta a compartir con nosotros el cobijo
de la sombra.
El señor es oriundo de alguna aldea de Petén, su pelo es
cano y su piel tiene el tinte de la tierra, de sol y trabajo.
- ¿De España vienen? – pregunta el hombre, demostrando que
está acostumbrado a tratar con viajeros.
Le respondemos afirmativamente y comenzamos a hablar sobre
las pirámides, su historia, su arquitectura, su connotación astronómica y por
orden casi lógico el coloquio nos lleva a hablar del espacio y los planetas. En
ese momento comienza una clase de astrofísica básica.
- ¿Y allá en España ahora ya es por la tarde verdad? –
pregunta el hombre. Seguro que ya habrá hecho esta pregunta millones de veces.
- Pues ahora sí, ya casi está a punto de anochecer –
responde Aitor.
- Miren, por más veces que me lo explican no lo entiendo,
¿cómo puede ser? Otra cosa les quiero preguntar: hace unos días conocí a unos
chilenos y me decían que eso era el fin del mundo, que hay un lugar donde no da
el sol, ¿pero cómo puede ser?
- Vamos a ver… - recojo una piedra del suelo, sacamos una
linterna y entre Aitor y yo comenzamos a explicarle de forma gráfica los movimientos
de rotación y traslación del planeta girando la piedrecita y apuntándola con la
luz del celular, le enseñamos cómo a veces la luz no da a todos los lugares por
igual, ni las estaciones son las mismas.
El señor se queda en silencio, asimila la información y nos
sorprende con otra pregunta:
- Entonces, ¿y cómo es eso de que en la Biblia dice que se
paró el sol? Yo es que a esos científicos hay veces que no los creo, eso de los
dinosaurios por ejemplo, si no aparecen en la Biblia. ¿Y cómo es eso de que
saben que tienen millones de años?
Aitor y yo nos miramos, arqueo la ceja y me niega con
complicidad. Si no entiende los movimientos de la tierra quizá no sea buena
idea comenzar a hablarle del Carbono 14. Seguro que pensaría que tratamos de
engañarle con cuentos de ciencia ficción.
- Pues ellos tienen sus herramientas y mediante la ciencia
pueden saberlo – le replico.
- ¿Pero qué herramientas? Y si todo está ya en la Biblia… A
mi todo eso me suena al maligno, que quiere llevarnos con él.
- ¿Perdón?
Abrimos los ojos perplejos de lo que acabamos de oír, nos
limpiamos los oídos de nuevo y el hombre insiste en que la ciencia está hecha
por obra y arte del maligno, que todo lo necesario para vivir y poder ir al
cielo está en la Biblia, no es necesario nada más.
Hasta ese momento nunca lo había hecho, siempre me había
mostrado respetuoso con las creencias y la religión, pero en ese momento me
decido a dar un pellizco de regaño a sus sólidas creencias, ver hasta dónde se
tensa la cuerda.
- ¿Entonces usted sabe que los mayas existieron antes que
Jesucristo y que hasta que no vinieron los españoles no sabían que existían? ¿Y
sabe que hay otras culturas que adoran a otros dioses, que ese no es el único y
verdadero? ¿Y no se ha preguntado nunca por qué hay más iglesias que escuelas?
¿O por qué los sacerdotes viven mejor que la gente corriente? ¿No sabe que la
Biblia fue escrita por hombres como usted y como yo?
El hombre se queda en un silencio tenso, un instante de
reflexión, un segundo en el que se le abren un mar de posibilidades y de
incertidumbre, todo en lo que ha creído y cree parece ser un cuento de niños,
una nana para mandar a dormir por generaciones a miles de pueblos por todo el
mundo. ¿Y entonces qué? La nada, la duda, la incertidumbre, el miedo a la
levedad del ser, no ser nadie, no a los palacios, no al cielo, no a la gracia
de Dios. Un segundo, un instante… y ¡Bam! Un portazo.
El hombre reacciona moviendo la cabeza, como despertando y creo
comprender su mirada, la conversación se ha dado por terminada. No le doy
tiempo a argumentar palabra alguna. Le tiendo la mano con una sonrisa y le
deseo buen día. Ese instante de duda me basta para comprender que a veces el
respeto por la vida, dignidad y felicidad del buen hombre debe estar por encima
de mi versión de la verdad.
En Guatemala, desgraciadamente, aún hay miles de personas
que piensan que son pobres por la gracia de Dios, que ya se han ganado el
cielo. ¿Qué pasaría si, de repente se esfumara ese Dios, lucharían por sus
derechos y dignidad, por una educación que no sea dogmática, cerrarían las
iglesias y se abrirían escuelas o, por el contrario, caerían en la depresión
más absoluta al ver que todos sus pilares se derrumban, sería el suicidio
colectivo?
De cualquier modo, no es una batalla para librar entre
cuatro mordiscos de galletas. El hombre sigue con su duro y excéntrico trabajo
de barrer la selva y nosotros seguimos nuestro camino tomando fotos y
frustrados de que aún puedan seguir ocurriendo estas cosas y preocupados de
que, a veces, la lucha insistente por el cambio pueda suponer la muerte.