jueves, 24 de noviembre de 2011

Dulce



La noche ha caído sobre la ciudad, y yo otra vez permanezco en la intensa vigilia, escuchando la conversación entre un piano y una trompeta, ¡qué lenguaje el jazz!

Pienso, yo también lo hago. Recuerdo tu cara iluminada, el brillo de tus ojos, esa sonrisa tan profunda. Como dos chiquillos por momentos rozamos la felicidad, instantánea, efímera, acosada por el raciocinio, rodeada de una niebla de incertidumbre. De ahí las mariposas que revolotean y hacen cosquillas en el estómago, será cosa de magia. Parece que fue ayer.


Me gusta cuando abrazas como si fuera la última vez, fuerte, fundiéndote, visceral, sincera, exprimiendo el alma hasta acompasar nuestros latidos con la precisión  de un diapasón. Me gusta cuando besas, despacio, descifrando cada poro de mi piel, marcando la senda que los ha de llevar hasta los labios. Me gusta cuando besas, apasionada, como una fiera desbocada, dando rienda suelta a los instintos, dejándote llevar.

Parece que fue ayer y ya te echo de menos, yo que un día colgué el cartel de cerrado por derribo, cerré la puerta y tiré la llave al mar. Ahora dime, sirena, si la encontraste, ¿serás tú la que restituya estas frágiles paredes de cristal?

martes, 8 de noviembre de 2011

La caja lista

El consumo de televisión ha ido creciendo a un ritmo vertiginoso durante las últimas décadas. Se ha generalizado a nivel planetario. Según  un estudio llevado a cabo por el Centro de Investigaciones Sociológicas el medio con mayor audiencia es la televisión con un 86,6 %, seguido de una radio que sigue perdiendo enteros entre las nuevas generaciones con un 48,6% y, por último, la prensa escrita con un 32% del porcentaje total. Además, en el año 2008 el consumo televisivo alcanzó un record histórico llegando a los 227 minutos por persona y día. Ahora, con 5.000.000 de parados apuesto a que la cifra ha aumentado.

Por otra parte, también ha aumentado el número de personas que ven solos la televisión (muy relacionado con el aumento del número de televisiones por hogar). Yo me doy cuenta a la hora de comer, qué triste que todos comamos en silencio y solo hable la tele, ¿no? ¿No tenemos nada que decirnos?

La influencia, positiva o negativa, produce una auténtica transformación del individuo. A través de los mensajes que transmite puede actuar como un “líder” de masas. Por tanto, debe tener una responsabilidad social, más allá de los intereses propios. Actualmente, los espacios destinados a información y cultura se han visto reducidos frente al auge que han experimentado otro tipo de programas de baja calidad, centrados en el sensacionalismo. Se ha producido una homogeneización de contenidos, quiero decir, los programas son clones unos de otros, principalmente debido a la concentración empresarial (por ejemplo la reciente adquisición de Cuatro por el grupo que posee Telecinco, ¿habéis apreciado algún cambio en la producción de programas, en el tono de los informativos?) y a la reducción de costes: fabricación de formatos rentables.

El sistema mediático parece que se ha puesto de acuerdo en crear unos modelos, estereotipos y patrones, que son asumidos por la colectividad como normas de conducta. Incluso se ha desarrollado una verdadera cultura del aspecto, en el sentido de que quien no se ajusta al estereotipo difundido como modelo por los medios está fuera del círculo. Asimismo, se ha creado una cultura de marca o la creencia de que poseer determinados bienes es sinónimo de status y comporta satisfacción y aprobación social. 

Todos los hechos anteriormente citados están capitaneados por la publicidad, por sus inversores: las empresas. La tele se financia mediante la publicidad y responde a los intereses de quien pone la pasta. Les conviene que la gente sienta la necesidad de ser cómo sus ídolos, de seguir consumiendo para seguir produciendo, para crear puestos de trabajo, para no frenar la vorágine depredadora de recursos. El papel que realiza el sistema mediático no es más que el de ser otro eslabón de la cadena, la ventana a un mundo irreal, una verdad sesgada y manipulada, o sea, una mentira. Detrás de una noticia hay un cámara que graba lo que quiere o lo que le obligan, además luego hay un editor de vídeo que pone los cortes a su antojo, ¿debemos confiar en su integridad profesional? ¿O en la de su jefe, el director de contenidos? La televisión privada no puede ser libre porque depende del capital privado. Muchas públicas tampoco lo son porque responden a los intereses del gobierno de turno. Entonces, ¿de quién nos podemos fiar? Solo nos queda una persona: nosotros mismos. Pero para eso es necesario estar despierto. En este panorama televisivo de la cadena que más me puedo fiar es de TVE, que ofrece una información contrastada, no para de recibir premios y poco a poco va acumulando más audiencia. Y sin publicidad.


He estado ojeando los informes de audiencias en www.mediaworks.es/ y,  ¿sabéis qué?: Que La 1 es líder casi indiscutible entre los adultos mayores de 16 años. Que lo triste es que Telecinco es el segundo, y está muy cerquita.  Que las amas de casa aman Telecinco, ninguna sorpresa. Y lo mejor es que en Galicia es donde menos se ve la tele a pesar de que llueva tanto. ¡Vivan los bares!

La comunicación televisiva, por tanto, supone un gran impacto en la población que ve la caja tonta y se la cree. No hay una educación audiovisual y nos tragamos cualquier basura. Somos seres pasivos que pretendemos desconectar enchufándonos a esa mierda. Con internet esto está dejando de pasar, pero requiere de un nuevo tipo de espectador, del que hablaré otro día.

 Ahí radica un punto importante en el debate, la televisión hace telebasura y la gente la ve. ¿Por qué? Pienso que por dos motivos: primero porque es cómodo y, posteriormente, por vicio, refiriéndome a este término como un mal hábito, una rutina perjudicial que degrada al individuo. En este caso lo hace tanto física como psicológicamente, pues priva al individuo de hacer otras actividades y lo atrofia, física y mentalmente. ¡Vámonos de cañas!


Pero la televisión no ha sido catalogada como droga…Pobres plantas.