sábado, 23 de febrero de 2013

Instalado en la rutina


¿Qué onda güeyes?

 Hace un tiempo que no escribo porque durante el último mes he estado bastante ajetreado. Ya comenzaron las clases y he de ir todos los días a la universidad. ¿Qué cosas, eh? Pues sí, todos los días tengo clase y no puedo faltar porque a la sexta ausencia ya te dejan sin hacer el examen. Además son bastante exigentes y casi todos los días hay algo que hacer. Así que procuro no faltar nada y guardármelas como si fueran bonos, para algún viaje que haga en el futuro o por si tuviera algún imprevisto. 

Lo peor de ir a la universidad es el viaje en autobús: todos los días pierdo entre 40 y 60 minutos para ir hasta allí. Xalapa es un caos respecto al tráfico. Según me dicen, la ciudad estuvo mal planeada y creció sin ningún control. La mayoría de las calles son estrechas y no hay muchas avenidas amplias. Así que lo mejor en hora punta es respirar profundo y dejarse llevar. Eso o tirarse en el césped de cualquier parque. Pero yo no, yo tengo que llegar porque si tardas más de 15 minutos te quedas fuera.

Y otro problema que no me entra en la cabeza es que el servicio de transporte no es público y los conductores van a comisión según los pasajeros que entren, con lo que ellos mismos distorsionan los horarios para evitar las horas de poca afluencia y sacar más tajadas. Conque a veces puedes estar esperando el bus una hora. Pero bueno, creo que poco a poco le he agarrado la onda y procuro aprovechar los viajes para leer o hacer alguna tarea. Y para volver  la mayoría de veces siempre hay alguien que me trae de vuelta al centro en coche, que son solo 25 minutos.

Luego, en los huecos que me quedan, y para sacar algo de cash que me dé para ahorrar un poco, doy clases particulares de inglés. Tengo 3 alumnos y mi reconversión a maestro de idiomas ha sido mejor de lo que me esperaba. ¡Hasta aprenden y todo! Pero sin duda el que más está aprendiendo soy yo.

Y en cuanto a los licores ahí vamos, despacito, despacito, pues ya casi no hay tiempo para dedicarse. Pero nos los están vendiendo en una tienda de artesanías, en una licorería de unos señores gallegos que nos están ayudando mucho y en un mercado ecológico. ¡Y ya tenemos nuestro licor café! Solo me queda la duda de saber si realmente sacaremos algo de beneficio o me lo acabaré bebiendo jajaj.
Y por lo demás ahí estoy, tranquilo, pero apenas con tiempo para agarrar un buen soplo de aire fresco largándome unos días por ahí o saliendo todos los días de fiesta como buen Erasmus desbocado, Santiago ahora mismo se me hace una utopía inalcanzable. Y quizá el cuerpo ya no aguantaría tanta sobredosis cuasi diaria.


Pero me da la sensación de que no voy a poder apenas ver nada de este país con lo grande que es. Estoy instalado en la rutina, haciendo una vida normal. Aunque sí que he conseguido hacer alguna escapada. 

Hace tres de semanas fui a las fiestas de un pueblo que se llama Tlacotalpan. Allí estuvimos hasta casi el amanecer tocando y bailando son jarocho, que es la música típica de aquí y se parece mucho a la copla mezclado con sevillanas. También fui a vender licores, pero vender lo que se dice vender… ni uno, más bien nos los bebimos. La putada fue que nos robaron la tienda de campaña (no te puedes despistar ni un momento) y se pasó toda la noche diluviando. Nos tocó dormir debajo de un pórtico, humeditos, pero estuvo de puta madre, conocimos a unos italianos y nos invitaron a ir a dónde viven, en un pueblo en medio de la montaña donde se caen los mangos de los árboles de tantos que hay!

  
Una semana después tuvimos la visita inesperada de una pareja de artistas argentinos que venían viajando desde Rosario, al norte  del país. Para llegar hasta aquí habían estado viajando durante un año y medio y habían pisado todos los países: Perú, Bolivia, Ecuador, Colombia, Panamá…hasta llegar a Xalapa. ¿Qué cómo lo hacían? Pues haciendo malabares, artesanías, obras de teatro y repartiendo y recibiendo buena onda. Aunque ya andaban algo cansados, aún les quedan lo menos siete meses para volver. Los conocimos gracias a la página de Couchsurfing, la cual recomiendo a todos aquellos que aún confían en que los desconocidos pueden llegar a ser buenos compañeros. Como eran músicos el domingo me fui con ellos a tocar la armónica, que ya tenía mono, y no nos  fue nada mal: con el show improvisado la gente nos dio de comer empanadas, tacos y gorditas, nos regalaron verduras los de las tiendas y también sacamos algo de calderilla. Y yo que solo quería tocar…

Por otra parte, ya llegaron los estudiantes de intercambio, no los de mi universidad, que sigo siendo el único. Los conocí el otro día, estuvimos tomando cervezas con botanas (tapas), salimos de fiesta y muy buena onda, ¡ya me hacía falta que me contagiaran la novedad de vivir en México wey!

El tiempo pasa volando, ya voy para cuatro meses acá y ya me voy ubicando y manejando bien. Como me aburre comprar y me indigna el despilfarro estoy empezando a abandonar la vida estándar de supervivencia para volver de nuevo a mis andanzas, ya no por cuestiones económicas, sino de sentido común.  

Bueno ya no sé que más contar, ¡ah! Que en Semana Santa volveré a ir al Caribe porque viene un colega: ¡Mr. Urban! Así que si alguien se anima aquí les dejo esta página www.pullmanturair.com

Besos a todos!






lunes, 18 de febrero de 2013

Publicidad subliminal

Ha habido mucha controversia durante los últimos 50 años sobre la publicidad subliminal. Resulta que la leyenda aquella del cine en el que se emitían mensajes ocultos como “Bebe Coca-Cola o Come palomitas es falsa. El experimento, llevado a cabo por el norteamericano James Vicary en 1957 causó mucho revuelo y en una época de psicosis y temor por la guerra fría, se pensó que esta herramienta podría ayudar a los partidos a manipular a la gente.

El experimento se repitió en los años 70 y fue un fracaso. Fue entonces cuando Vicary  desmintió la información y confesó que todo había sido una invención. ¿Qué fue verdad entonces, lo primero o lo segundo? Lo dejo a juicio personal de cada uno.

Pero la duda que me queda es: ¿Qué entendemos por  la publicidad subliminal y cómo es posible identificarla? Vamos a ver pues. La Real Academia de la Lengua define subliminal como:

1. Que está por debajo del umbral de la conciencia.
2. Dicho de un estímulo: Que por su debilidad o brevedad no es percibido conscientemente, pero influye en la conducta.

Según estas acepciones, la publicidad subliminal sería el conjunto de estímulos que se dirigen a la parte irracional del cerebro. 

Por otra parte, dicen los neurólogos que el cerebro está dividido en tres niveles diferentes: el cerebro reptil, el cerebro límbico y el cerebro cortical.  Mientras que el cerebro reptil sería la parte más primitiva, donde se procesan los instintos básicos (supervivencia, el deseo sexual, búsqueda de comida) y las emociones relacionadas con ellos como el miedo, el asco o la pasión, los otros dos niveles estarían relacionados con el aprendizaje, las demás emociones y la capacidad de razonamiento. 

La zona reptil está relacionada con la toma de decisiones y el comportamiento humano, pues aproximadamente el 95% de las decisiones o conductas que empleamos son irracionales, ya sean programadas, automatizadas o perpetradas por impulsos. 

En cuanto al mercado y la publicidad, en las últimas dos décadas hemos visto una evolución en la forma de presentar los productos, que dejan de ser puramente funcionales para tratar de ser emocionales. Los valores y las emociones que evocan pasan a primer plano. Para ello, se ayudan de herramientas como la psicología del color, las formas, la música, las expresiones o los símbolos, con el objetivo de “pulsar” el botón adecuado para que se establezca una asociación positiva entre la emoción y el producto.  Como afirma Lindstrom en su libro Buyology, en muchos casos los estudios demostraron que los consumidores no eran conscientes de las emociones que estaba procesando el cerebro. Por tanto,  ¿es esto una forma de publicidad subliminal? 

Por otra parte, se ha demostrado que el olfato tiene una conexión directa a la parte reptil  del cerebro, y es capaz de provocar emociones como el deseo sexual, el asco, el miedo y ciertos comportamientos sociales. A partir de la percepción olfativa, el humano hace un juicio para determinar si tal o cual cosa se puede ingerir, tocar, es segura, etc. 

Con este manual debajo del brazo muchas empresas se han lanzado tratar de asociar ciertos olores con determinadas marcas. Y para tratar de persuadir a los consumidores mediante esta vía, perfuman tiendas de ropa, cadenas de restaurantes o envases o envoltorios de productos. ¿Es esto subliminal?
Cuando ya no vale el lema de “mi producto es el mejor” debido a la estandarización  y las mínimas diferencias que existen entre unos y otros, las compañías han buscado otros métodos de creación de fidelidad, basados en las emociones y en las decisiones irracionales. 

Con estas nuevas formas de enfocar la publicidad, donde intervienen más elementos que los clásicos (imagen, audio, música, texto), quizá también haya que repensar el concepto de qué es y qué no es subliminal.




Por ejemplo, si Martin Lindstron reconoce que el patrocinio de Marlboro en las carreras de NASCAR y F1 es un tipo de publicidad subliminal, ¿no lo es también el product placement? ¿O cierto perfume en todas las sucursales bancarias de una misma entidad? ¿Realmente McDonalds vende hamburguesas? ¿O vende la idea de pasar un buen rato, comer rápido alimentos basura y que los niños coleccionen juguetes de personajes famosos? ¿Son conscientes los consumidores?

Me quedan muchas dudas al respecto, pero lo cierto es que la publicidad subliminal es muy difícil de detectar porque aún no están bien definidas las líneas de qué está por encima o por debajo de la conciencia, aún estamos en proceso de estudio. Pero me da la impresión de que está más presente de lo que se piensa. De todos modos, no queda más remedio que esperar a qué se saquen más conclusiones y, mientras tanto, yo desconfiaré de todo.




lunes, 11 de febrero de 2013

Compras, felicidad y dopamina

Afirman algunos autores que de la existencia de algunos estudios científicos que señalan que comprar proporciona la felicidad, al menos a muy corto plazo, porque aumentan los niveles de dopamina, la hormona que se encarga de “regular” el placer. No me queda otra que decir que estoy totalmente en desacuerdo y de dudar de la profesionalidad de esos estudios.

 Me parece una postura muy atrevida y demagógica declarar que uno más feliz es cuanto más nivel de dopamina tiene en el cuerpo. Si esto es así, entonces el consumo de cannabis, LSD, cocaína o heroína también produciría felicidad y, además, esta sería cientos de veces superior a cualquier otra actividad que una persona realizase. Según esta versión, ¿se deberían entonces hacer terapias de fumaderos de coca o sesiones de inyecciones de heroína?

En mi opinión, lo primero que debemos hacer es diferenciar entre la felicidad y el placer. De acuerdo que el placer es el que se obtiene con unos niveles altos de dopamina, pero estos deben de permanecer estables y no funcionar como una montaña rusa para que, a medio o largo plazo, podamos hablar de felicidad.

Si una persona de dedica a comprar solo para obtener “inyecciones” de dopamina y después de un par de horas se siente igual que al principio, y siente la imperiosa necesidad de volver a ir a comprar es porque realmente no necesita comprar, su problema es otro y lo está canalizando en la compra de productos, como el que se va al bar a beber whiskey o a jugar a los casinos.

Esa persona que necesita comprar y comprar para sentirse mejor probablemente tenga un vacío emocional y su estrategia es equivocada porque un vacío emocional no se puede llenar con objetos. A corto plazo sí. Pero a un alcohólico no le diremos: mira, mejor vete al bar a tomar que te sentirás mejor, ¿verdad?

Leí en un artículo que en un laboratorio se hizo un experimento con ratas en el que las mantuvieron con unos niveles altísimos de dopamina durante todo el tiempo. ¿Qué ocurrió? Que a los pocos días murieron deshidratadas. Se olvidaron de realizar las funciones básicas de supervivencia porque estaban en su nube de placer. ¿No se parece esto a lo que ocurre con los heroinómanos?

Se ha demostrado que la dopamina es la responsable de algunos trastornos psicológicos como la adicción y también influye en otros más graves como la esquizofrenia. En todos ellos, los niveles de dopamina fluctúan de forma inestable y sin ningún control. Por tanto, se puede rechazar la tesis que afirma que cuanta más dopamina tengas en el cuerpo más feliz serás.

Muchos estudios científicos funcionan al revés de cómo deberían hacerlo realmente, es decir, las empresas arrojan una sentencia como en este caso "comprar = felicidad" y encargan a los laboratorios que pongan todos los elementos a favor para demostrar esa tesis a cambio de grandes sumas de dinero. Si lo consiguen, la afirmación tendrá un valor científico y podrá ser aceptada como una verdad absoluta. ¿Quién nos dice que están actuando de la manera más imparcial posible?

Hacer pensar que los objetivos, productos o los proyectos se obtienen con poco esfuerzo es peligroso. Y peligrosa también es la estrategia de relacionar productos con la posición social porque sí, una parte de personas estará satisfecha y se sentirá bien por estar dentro del rebaño social, pero habrá otra parte rechazada que se sentirá completamente frustrada o dominada por la envidia.

miércoles, 6 de febrero de 2013

Product Placement



El Product Placement es una técnica que busca  asociar determinados productos  con determinados espacios televisivos a determinados perfiles clave con el objetivo de generar percepciones y/o emociones positivas hacia ellos. En este caso, el consumidor percibe el producto desde una predisposición favorable, a diferencia de lo que ocurre con los spots insertados que los siente como interrupciones del espacio. 

Para algunos autores el product placement supone ahorrar miles de millones de dólares a empresas que "sugieren" sus productos dentro de un show o un programa de ficción, sin necesidad de aparecer en los títulos de crédito. Por ejemplo, en EEUU Coca-Cola patrocina un late show en el que toda la escenografía aparece con los colores emblema de la marca, pero en ningún momento la nombran, la muestran o aparece como patrocinador. Según los últimos estudios con las técnicas del Neuromarketing, esta técnica es brutalmente efectiva, porque no se dirige a la parte racional de los consumidores, sino al inconsciente.
 
Entonces, ¿cómo deberíamos de sentirnos? ¿Somos dueños de nuestras decisiones o estamos parcialmente dirigdos?

Desde un punto de vista moderado que conlleva a aceptar el modelo actual, creo que el problema en sí no esta en el fondo, sino en la forma. Con esto quiero decir que me parecería bien el uso del product placement, ya que evitaría en mayor o menor medida las odiosas interrupciones publicitarias, agilizando así el discurso televisivo sin mermar la financiación de los espacios. Pero el dilema está en el ‘cómo’. 
 
El hecho de que una compañía pague por “sugerir” un producto  en un espacio narrativo, formando parte de la trama principal del programa, serie o televisión, sin que la empresa tenga la obligación de introducir su patrocinio en los créditos, ¿no atenta contra el derecho a la información del consumidor? ¿No hay cierta subliminalidad?

 Si las investigaciones han demostrado que la mayoría de nuestras decisiones están fundamentadas por factores irracionales, como el inconsciente y las emociones, ¿no debería alguien ponerl límites?


Por otra parte, estoy de acuerdo lo que afirman algunos autores, que la aparición de productos en series de televisión o películas refuerza la idea de realidad.  Pero la ambientación en la cual se coloquen debe ser muy cuidadosa. Ese sería trabajo para los guionistas y los directores de fotografía.

Existen muchas series españolas en las que se hace un uso intrusivo y abusivo del product placement en el sentido de que estos toman protagonismo absoluto sin formar parte de la trama, usando recursos de iluminación o contrastes fuertes de color. En mi opinión, esto es un error garrafal que puede llegar a generar rechazo. Pero en muchas ocasiones las productoras tienen que ceder ante las presiones de las compañías ante la necesidad de financiarse.

Por lo menos no estamos en gringolandia y en la Unión Europea existe una ley desde 2007 que defiende todos estos derechos mediante la prohibición del product placement en espacios infantiles, la obligación de las empresas a informar de la existencia de emplazamiento de producto y la prohibición a la incitación directa a la compra en espacios de ficción. En el caso de España, también se contempla esto en la Ley General Audiovisual, que desde 2010, recoge todas estas medidas.


Aunque, según he podido informarme, hay varios pleitos pendientes porque en el país de la corrupción, como no, estas leyes se las están pasando por el forrete de los huevos. El capital tiene más peso.

Soy partidario de vigilar de cerca a los anunciantes, no confío en las ideas de laissez-faire, ya que queda sobradamente demostrado que muchas compañías anteponen su necesidad ansiosa de aumentar las ventas a la responsabilidad social y los valores éticos.