Ya casi estamos en el futuro. En los últimos años se han
logrado pasos de gigantes en lo que era el gran enigma en el estudio del ser
humano: el funcionamiento interno de la materia gris y su relación con nuestros
actos, capacidades y habilidades, entre otras cosas. La nueva doctrina, que fue bautizada como neurociencia, abría un mundo de
posibilidades para el estudio y cura de muchas enfermedades mentales y
trastornos psicológicos, entre otras cosas.
Pero nada más lejos de la realidad, el uso de estas tecnologías tan avanzadas no es barato y no puede vivir solo de las ayudas gubernamentales o de la financiación de las universidades. Alguien pensó un día que esto podría de ser de gran ayuda para las empresas, entidades con gran capacidad de gasto. Ese alguien es Martin Lindstrom, un gurú del Marketing, que fue de los primeros en usar las técnicas de la neurociencia enfocadas a la mercadotecnia.
Según la Wikipedia, “el neuromarketing
consiste en la aplicación de técnicas pertenecientes a las neurociencia al
ámbito de la mercadotecnia, estudiando los efectos que la publicidad y otras
acciones de comunicación que tiene en el cerebro humano con la intención de
poder llegar a predecir la conducta del consumidor.”
¿No da algo de pavor? El avance de esta ciencia incipiente tiene un
alcance potencial del que probablemente no seamos aún conscientes. Pero de eso
trata la neurociencia, de desnudar lo más íntimo, lo que era hasta ahora
desconocido. De hecho, se han hecho experimentos en los que ya es posible
adivinar la decisión que tomará una persona unos segundos antes de que se
produzca, incluso sin que ella misma lo sepa.
Según la estadística, el 90% de los productos que salen al
mercado fracasan en su primer año de vida. Y todos han seguido a raja tabla las
investigaciones de mercado, encuestas, dinámicas de grupo, etc. Este tipo de
estudios no arrojan en sus resultados las verdaderas intenciones de los
consumidores. Y no es que mientan, sino que probablemente ni ellos mismos saben
realmente qué harían en las situaciones planteadas.
Por ello, basándose en los fracasos de un puñado de empresas
que desperdician miles de millones en campañas de publicidad poco efectivas,
Linsdstrom decidió unir la neurociencia a los designios del marketing. De ahí
nació el Neuromarketing y su libro Compraadicción.
Martin defiende la idea de que los consumidores no saben
realmente por qué se decantan por elegir tales productos o cuáles. De hecho,
estudios recientes revelan que el 75% de las decisiones de compra se apoyan en
factores emocionales. El Neuromarketing
entonces sería el encargado de averiguar qué
factores promueven a los consumidores a tomar ciertas decisiones para,
con los resultados obtenidos, diseñar campañas más efectivas. Y en este punto
es donde de está el verdadero peligro.
Las personas en la mayoría de las ocasiones no tenemos un
control verdadero sobre lo que compramos. Imaginemos que las empresas sí lo
tuviesen y focalizaran las estrategias
de venta en ahondar en el subconsciente e influenciar estas decisiones
“espontáneas”, ¿no sería esto una intromisión y una violación subliminal de la
libertad de compra, aunque tuviesen las
mejores intenciones?
Por supuesto, el consumidor siempre tiene la última palabra,
pero sus decisiones ahora sí se verían influenciadas por factores que no pueden
controlar y de los que ni siquiera se percatarían. Por tanto, en la relación de
fuerzas consumidor – vendedor, el primero estaría en desventaja y a merced del
segundo, por si ahora no lo estuviera. Ojos que no ven…

¿Pero quién nos asegura que en unos pocos años, cuando esta
ciencia avance de sobremanera, que los conocimientos no caerán en las manos
equivocadas y que todas las compañías antepondrán los valores éticos al
principio universal de maximización de beneficios? No hay que ser muy lince
para apostarse el hígado a una sobredosis de tequilas de que así será.
Quizá debieran empezar a estudiar el caso en conjunto los
estados y organismos internacionales para vigilar conocer en qué consisten
estas prácticas y qué malos usos se podrán hacer de ellas. Se debería pensar en
establecer una normativa y unas medidas de aplicación de la misma. Aunque por
normal general la legislación siempre va un tiempo detrás de la realidad, con
lo que seguramente pasarán unos años hasta que veamos resultados en este
sentido. Quizá hasta que no ocurra algún escandalo que salga a la luz pública.
¿Y qué será de nosotros? Preparémonos para el ataque más silencioso a nuestra intimidad y a nuestra libertad.
En los próximos años la neurociencia va a ser una herramienta de un poder insospechado que representará el fin de la privacidad, de lo más íntimo. Las posibilidades de manipular a la población, tanto para bien como para mal, por parte de las empresas y los estados se multiplicarán y solo cabrá esperar que se haga el mejor uso de ella. Parafraseando a Tolkien: ‘Se está forjando un anillo para gobernarlos a todos’. ¿En qué manos caerá?
Os dejo un docu bastante interesante sobre este tema: