Alguna vez me ha pasado que un simple detalle puede hacer
cambiar cualquier situación y además ser consciente de ello y tener en las
manos ese motor, posibilidad de cambio. Pero casi siempre que viajo en tren,
avión o autobús suelo dedicar ese tiempo para mí, para leer, reflexionar o
dormir. Nunca me apetece entablar conversación
con nadie y seguramente por eso siempre he pensado: ‘¿Qué pasaría si lo
hiciera, qué cosas cambiarían en el viaje? ¿El rumbo quizá?’
‘¿Sabes cuánto dura el viaje?’, le pregunté a la única
chica que había en el autobús, sentada frente a mí. ‘Sí, dura como 10 horas,
así fue la última vez que vine.' No era mi intención hacerlo, pero solo una
pregunta cambió lo que iba a ser un viaje largo y aburrido entre
Chetumal, Ciudad de Belice y la isla de Flores. Dos franceses cincuentones,
amanerados y bastante serios, una chica guatemalteca, aunque de piel bastante
blanca, y yo. Más el conductor, esos éramos toda la tropa. Y pensar que estaba
padeciendo por si no iba a tener sitio en el bus al llegar tarde…
Sin darnos cuenta comenzamos a hablar y hablar y reír
hasta llegar a la frontera de México.
Allí tuve que prestarle pesos para salir del país, esto de las fronteras
es un negocio redondo.. Casi 20 euros como impuesto de turismo. Si no los pagas
no puedes salir. Luego en la frontera de Belice, ella tuvo que prestarme a mí
varios dólares y quetzales para pagar, ya que no me aceptaban euros. Al final
me aceptaron lo que faltaba y me timaron. Fallo técnico el no cambiarlos todos
a dólares…
Universitaria ella, tenía 34 años, dos hijos, esposo, una vida normal, una alegría jovial y mucha vitalidad. Pero lo más sorprendente es que tenía un pensamiento bastante abierto para lo que es la idiosincrasia tradicional de Guatemala. En el viaje tuvimos tiempo de conocernos bien y de que me hiciera un primer retrato del país, un acercamiento a las comunidades y a la cultura, lenguas y tradiciones.
Universitaria ella, tenía 34 años, dos hijos, esposo, una vida normal, una alegría jovial y mucha vitalidad. Pero lo más sorprendente es que tenía un pensamiento bastante abierto para lo que es la idiosincrasia tradicional de Guatemala. En el viaje tuvimos tiempo de conocernos bien y de que me hiciera un primer retrato del país, un acercamiento a las comunidades y a la cultura, lenguas y tradiciones.
Las sincronías que siempre me acompañan me ayudaron de
nuevo. Irene vivía cerca de donde yo iba
así que me dijo que me presentaría a su familia y luego me llevaría allí. ¿Seguro
que son casualidades? Prefiero ni planteármelo, solo aprovechar. Todo va bien. Me
sentí muy afortunado, un privilegiado
por conocer y haber conocido buena gente con la que compartir experiencias,
sonrisas y buena onda. Qué gran favor el que alguien te dé confianza y
tranquilidad nada más llegar a un lugar donde todos los focos se mueven hacia
ti, donde eres un caracolito extraño y perdido, con la casa a cuestas .
Yo debía llegar a casa de María, otra couchsurfer, a un lugar llamado San Benito, a las afueras de la
ciudad y andaba algo nervioso de cómo
iba a llegar hasta allí. Las indicaciones habían sido en plan ‘una vez pasada
la escuela, tercer edificio verde, segundo camino a la izquierda, cuarta casita
lila.' Como me equivocara ya podía perderme dando vueltas en una maraña de casas
y escuelas de colores. No sabía donde iba ni si la zona era segura o peligrosa,
así que no valía perderse, sobretodo por ir cargado con mochila, maleta y demás
abalorios. Odio ir tan cargado y con tanto apego por las cosas. Allí en las
afueras, las calles no tienen nombre, ni farolas, ni asfalto y solo unas pocas
tienen drenaje. Las demás funcionan con un pequeño sistema de acequias. Otras
simplemente conviven con el agua residual.
Dimos alguna que otra vuelta, pero allí me dejaron, frente
a la casa de mi segunda desconocida a la que iba a entregar toda mi confianza,
y viceversa. Me despedí de Irene y su familia regalándoles el último trozo de
lomo ibérico y con la promesa de visitarlos en un futuro.
Como mi anfitriona no estaba, me recibió la mamá de María,
que andaba con su nietecito de 5 años. Ellas viven en una parcelita con dos casas separadas por
césped, gallinas, pollitos y un perro desconfiado, de los que no agitan el
rabo. Nada más llegar ya me hice una imagen de lo que es Guatemala. El área que
se suponía urbana, era bastante rural, ¿cómo sería el área rural pues? La
señora andaba lavando la ropa en el lavadero. Y al ladito cocinando unos
frijoles al fuego de leña. A pesar de ser muy acogedora, la señora se mantenía un
poco distante. Ahí vi la primera diferencia de caracteres con México. En
Guatemala cuesta un poco más tomar confianza. Quizá se parezca más a Galicia,
cuesta, pero una vez se tiene es para toda la vida. Tardamos un par de horas en
entablar conversación, pero luego me acompañó a la tienda (llevaba casi 20
horas sin comer), me invitó a café y platicamos un ratito.
En el barrio los perros, los patos, las gallinas, los caballos y algunos cerdos atléticos pero igual de guarros campan a sus anchas, bien bebiendo aguas de las acequias o comiendo hierbajos. La zona a la que me he venido de nuevo es….VERDE Y HÚMEDA, aunque esta vez extremadamente calurosa. Ya cuando vino María yo ya estaba como en mi casa. Platicamos hasta que se me cayeron los ojos. Es una chica bien activa en la lucha por concienciar y apoyar a las comunidades. También andaba metida en política. Una voz joven para tratar de cambiar un país aún subdesarrollado, con muchas carencias, un gobierno corrupto y los recursos en manos del mejor postor.
La casa era una especie de santuario del Couchsurfing, las
paredes estaban pintadas con frases y banderas de algunos de sus visitantes.
¡Incluso tenía un libro de visitas! Más
de 60 en dos años, no está nada mal. Me contaba que muchos de ellos se quedaron
meses trabajando en algún proyecto, que alguna vez se llegaron a juntar hasta 6
y no sabían dónde meterse. Era toda una experta que sabía diferenciar entre
tipos de viajeros. ¿De cuál sería yo?
Estuve solo un par de días, pues mi viaje tiene un
destino. Siempre lo tiene y ese hecho me da seguridad de saber a dónde llegar,
pero también me da pena, la incertidumbre es un gusano que me gusta que baile
en la tripa. Es adictiva, como el chile picante. La última noche les preparé
una tortilla de patata y la mamá de María estaba emocionada, no sé si por ver a
un hombre cocinando o por saber cómo se hacía, pero se acercó a la casa y no
quitó ojo. Incluso me quitó de en medio por un ratito. No tuve en cuenta el
factor teflón de la sartén y se pegó, menuda vergüenza presentarles así un plato típico jaja, pero pude salvar la situación y hacer algo
medianamente presentable, aunque con textura de zapatilla. Pero les encantó.
No he hecho muchas fotos por dos motivos: el primero es
que hasta hace unos meses llevaba 30 años sin tener una cámara propia, todo un hito para un
licenciado en audiovisuales. No estoy acostumbrado y, aunque a cada paso veo
una foto perdida y me arrepiento, prefiero olvidarme de la carga de llevar una
cámara tan cara y apetecible, al menos hasta que conozca el lugar y su
seguridad. Este es el segundo motivo. Pero trataré de cambiar y poco a poco
haré más fotos.
El domingo temprano salí para el centro de la ciudad y en
el mercado, siendo el único extranjero en un par de kilómetros a la redonda,
objeto de todas las miradas, agarré una de esas furgos que atan la maleta
arriba y emprendí mi camino para el destino final y para lo que he venido:
Voluntario en un instituto hogar de jóvenes de bajos recursos de las
comunidades rurales. Pero eso ya es otra historieta!
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