Casi un mes ha transcurrido desde que aterricé y se ha
pasado de un plumazo. Ya lo decía Einstein, el continuo espacio tiempo es
relativo y a pesar de no haberme movido apenas del sitio siento que viajo a una
velocidad de vértigo, no me he dado cuenta y los días de han esfumado. Y
mientras tanto el tic tac martilleándome la cabeza: ‘Escribe, escribe,
escribe’. Un poquito de pereza a la hora
de sentarme a dejar de vivir combinada con un chingo de cosas que hacer, la
condensación del tiempo y ¿ahora qué? Ahora se me amontonan las cosas que
contar o peor aún, la memoria emocional borró algunas situaciones que hubieran
sido remarcables y ahora quedarán guardadas hasta la próxima hipnosis o
regresión mental.
La vorágine de los días fagocita
las horas que parecen minutos y los días son solo un soplo de sol y luna, luna
y sol, lluvia a media tarda y gente que va y viene. Todo gira muy rápido, se va
la vida y es necesario detenerse, mirar a los lados, delante, detrás, respirar,
reflexionar y tomar fuerzas para seguir adelante. Tomar decisiones…
-------------------------------------------------------------------------------------------------------
Llegué un sábado, aunque
los alumnos ya llevaban varios días de haber comenzado el curso. En
coordinación con los astros del universo no me habían asignado ningún curso
hasta ese día, aunque yo no había avisado exactamente qué día llegaba. Las sincronías
siguen acompañándome, buena señal. Así que casi sin dormir me desenfundé mi
bañador, mis hábitos de fotógrafo del Caribe y me engalané con mi camisa de
cuadros y codera y mis pantalones de pana de profe progre (jaja es coña) para
hacer la enésima transformación de Mortadelo.
Aquí soy espejo de valores, hábitos y actitudes, así que hay que cuidar
algo las formas, frases, chistes o gestos.
Cuando dejé el proyecto en noviembre apenas se veía el
amanecer de un año nuevo, la espiral de deuda en la que está sumergido estaba
hundiendo la cubierta del barco y ahí dejé a todos los maestros, encaramados en
las velas intentando remar sin timón con la promesa de que iba a volver, pero
quizá a un proyecto muerto por la falta de capital. La acción social no es
negocio.
Afortunadamente no fue así y algunas aportaciones particulares
y algunos nuevos acuerdos con otras
ONG’s han podido salvar la situación, aunque el problema sigue ahí. Los meses
pasan, las nóminas siguen sin pagarse al día, se acumulan y muchos maestros
hacen maniobras de suicida para sortear el paso de los días y estar al día con
sus necesidades cubiertas. Eso es trabajar con el corazón.
El día a día en la escuela es una carrera hacia adelante
tratando de salvar obstáculos viejos y los que se añaden cada día: problemas de
electricidad, fontanería, internet, computadoras, gas, luz, agua, comida…
A propósito de esto se pactó con una ONG de capital
neoyorkino que la escuela fuera la sede de unas capacitaciones a chicas de
aldeas de veintantos años para tratar de cambiar allí en sus lugares de origen la tradición de
casar a las niñas con 11 años, embarazos a los 13 años, tratar de empoderar a
la mujer un poquito aunque sea y evitar así que la rueda de la pobreza crónica siga girando. Es
increíble incluso que algunos padres de familia vendan a sus niñas por
cantidades inferiores a los 50 euros al mejor postor. En algunas casas, que
nazca un niño es símbolo de alegría, celebración con un pollo desplumado a la
brasa. El nacimiento de una niña significa el silencio en el mejor de los
casos. Hace poco el New York Times retrataba la situación de algunas de estas
mamás prematuras:

Las capacitaciones iban a comenzar el mismo día que los alumnos abandonaran la escuela para irse a sus aldeas por dos semanas. El acuerdo era este: la ONG pagaba una cantidad de dinero importante para la escuela, pero exigía unas remodelaciones de las instalaciones como duchas, agua caliente, remodelación de vidrios, colchones y almohadas nuevos… Luego todas estas reformas las podrían disfrutar los alumnos. Todo sonaba perfecto, pero el problema fue el siguiente: a una semana de que vinieran las chicas no había nada hecho y la ONG preguntó ¿por qué? ‘Porque no hay dinero, obviamente’. Tras una reunión de urgencia se decidió tirarse la manta al cuello y endeudarse más aún, de las cejas hasta la coronilla con la esperanza de recibir el dinero más tarde.
Hubo que parar clases, llamar a electricistas, fontaneros, hacer
papeleos burocráticos, acondicionar todo el espacio, limpiar, barrer, fregar,
mover literas, limpiar cristales, cortar el césped a machetazos, etc. Todo ello
con la ayuda de los alumnos, que fueron la fuerza de trabajo. Los poco maestros
éramos meros coordinadores, saturados por falta de personal e improvisando a
todo momento. ‘Solo son maestros’, pensaba yo. Por suerte o por desgracia,
ellos están acostumbrados a trabajar, incluso parece que se crean lazos más
fuertes entre ellos y disfrutan por momentos. Las cosas aquí no funcionan a
tiempo, se trabaja en el caos, tampoco los profesionales tienen por qué serlo,
aunque se les pague bastante. Los fontaneros no hicieron bien su trabajo y las
instalaciones no estuvieron listas para el día D.
En estas llegó un voluntario nuevo, Julio, un paisano
compadre con el que enseguida me entendí. Lo malo es que solo iba a estar por dos semanas. El proyecto le encantó, se enamoró
por completo y eso que vino en el período en el que no había alumnos. Pudo de
cerca comprobar cuáles son las pequeñas o grandes piedras que se amontonan en
el día a día y que, aunque uno se empeñe en arreglar durante todo un día una
cosa, al siguiente fallará otra o incluso la misma.
Después de tanto estrés un día decidimos ir a conocer un lugar turístico de Poptún, el único donde llega algún extranjero. Es un hotel ecológico, restaurante y con el tamaño de 7 o 10 campos de fútbol de bosques, parques, lago para bañarse… Allí hicimos un poquito de botellón y conocimos a otra chica española, periodista residente en EE.UU. que andaba documentándose para escribir un libro sobre las labores de una ONG.
En esa semana de las chicas la coordinadora nos propuso que mostráramos
algo de nuestra cultura, de nuestro país. Ni corto ni perezoso Julio, como buen
vasco de Vitoria, tuvo la gran idea de enseñarles a bailar Sevillanas. Por
suerte él sabía algo y yo aprendí un poco en 10 minutos, con eso fue suficiente
para todo un experto en bailes como yo jaja. Así tuvimos nuestra ‘Spanish Folklorical
Night’ y salió bastante bien, nos divertimos y se divirtieron. Daba risa verlas
bailar sevillanas o intentarlo, ¡aunque más risa daba pensar cómo lo estaría
haciendo yo! Luego ellas nos enseñaron bailes más latinos y de menear la cadera.
Nos reímos mucho y nos acostamos tardísimo ese día, a las 12 de la noche.
Pero la experiencia única, la que Julio ni yo olvidamos y la
que se queda guardada en la memoria y en el corazón fue la visita a las
comunidades. En esta ocasión solo visitamos un par de comunidades cercanas
entre sí donde vivían algunos alumnos. En las casas pueden faltar cosas que nos
parecen básicas como la luz, el agua corriente o un bidé donde sentar el culo
por las mañanas, pero sobran corazón, hospitalidad y ganas de agradar al visitante
de tierra lejana. Y la vida es muy sana en el campo, los niños se crían
felices, en familia, en naturaleza. En pobreza.
Así llegamos a la primera casa y las pobres gallinas estaban
atemorizadas de no saber cuál iba a ser la elegida para el caldo. Ya está
demostrado, cuando el maestro entra por la puerta, las gallinas salen por la
ventana. Uno intenta explicar que no es necesario, pero sería una descortesía
por su parte no ofrecerla. Así que durante esos días estuvimos comiendo carne
casi en cualquier comida. También probamos los cocos recién bajados, huevos de
corral y un día me levanté temprano para ir con el papá de una alumna a ordeñar
las vacas para el café con leche del desayuno. Es cierto que durante esos días
fuimos invitados en todo momento, pero Julio y yo sentimos que el dinero había
desaparecido, en las comunidades no hay tiendas, no hay bares, no hay donde
consumir. Las familias no necesitan el dinero para comer, sí para otras cosas
como la educación, la salud, la gasolina…pero fue muy curiosa la sensación. La
civilización ha desconectado de la razón de ser, el dinero es solo papel, el
maíz sí sirve para comer. Lo primero vale oro, lo segundo no vale una mierda.
Curiosa escala de valores.

También tuvimos ocasión de asistir a varias ceremonias mayas y conocer más de cerca la cultura prehispánica, que no está muerta, que sigue viva gracias al esfuerzo y la lucha de mucha gente. Un honor que nos dejaran compartir con ellos sus creencias, siempre con recadito para nuestros ancestros colonos. Por una parte te hace sentir incómodo, pero no es síntoma de rechazo, simplemente es que así fue y así hay que tenerlo presente, por esa y muchas razones más es que están como están. Aunque no hay que sentirse culpable por el pasado, quizá por el presente sí.
Entre ellas, ya el último día de Julio, fuimos a las ruinas
de Yaxhá a celebrar una ceremonia con unos amigos suizos muy conectados con la
espiritualidad maya. Fue un día emotivo, sobretodo para ellos, que estaban
emocionados, altos, en las nubes, en otra época, dimensión y cosmovisión
diferente.
Hace un par de días vinieron a visitarnos a la escuela y se
enamoraron también del proyecto. Casi lloraban cuando me contaban lo que
sentían. Prometieron ayudar desde Suiza, contactar con organizaciones, becar a
estudiantes… Me di cuenta que yo ya no miro con ojos de extranjero el proyecto,
sino que estoy tan inmerso en el día a día que se me olvida qué se está
haciendo y la importancia que tiene. En esas también llegó hace un par de días
una chica de Barcelona para tan solo dos semanas, pero ya en día está más que integrada.
Internet está funcionando, La Casa de la Esperanza abre sus puertas al mundo y
esperamos que traiga algo de ayuda económica a largo plazo y algunos voluntarios a medio plazo, algunos
relevos que sigan haciendo girar la rueda.
Por cierto, también he iniciado con algunos estudiantes un
grupo que se encargue de actualizar el blog de la web, que les servirá para mejorar
sus habilidades de redacción, su visión periodística y conocer un poco el mundo
de detrás de internet. Ya sé por qué pasa todo tan rápido, me sobre ocupo y
apenas tengo tiempo para mí, para leer, escribir, retomar la armónica o la
guitarra, hacer deporte, estirar… ¡Tantas cosas por hacer y la vida tan corta!