Según El Príncipe de Maquiavelo:
un rey debe ser amado y odiado, pero puestos a elegir entre una de las dos, es
preferible que sea odiado antes que sea solo amado. Con esta idea entraba yo a
mi primer día de clase con segundo. No lo voy a negar, uno está nervioso y a
veces el miedo, si llegar a dominar la situación, hace cometer errores.
Da igual la parte del mundo: en estas edades, cuando entra un profesor nuevo, los alumnos tratan de tantear sus límites para ver hasta dónde pueden estirar la cuerda de la rebeldía. Ya había advertido este detalle comentando con otros maestros. Además, como no hace tanto tiempo que fui alumno, mi memoria sigue fresca y trato de comparar mi YO estudiante con mi nuevo YO maestro. ¡Qué controversia y sentimientos encontrados!
Antes de tener a mi cargo los
tres cursos de inglés, durante mi etapa de adaptación, me había mostrado como
un actor secundario cómico, alguien afable con el que entablar una pequeña
conversación o reírse con alguna broma. Pero ahora debía mostrar otra faceta,
sin dejar de ser la misma persona. Por eso, sin dejar de ser simpático me
disfracé de duro e intransigente para poner desde un principio el listón alto.
He de reconocerlo, más por miedo a perder la autoridad que por convicción o forma
de ser. Pero la autoridad no se tiene, sino que los alumnos han de entregarla,
mediante el odio, el amor o ambas.
- Good afternoon teacher! – contestan los alumnos, pero dos de ellos siguen entre risas burlándose de mi pronunciación, no por ser mala, sino más bien lo contrario.
Entretanto uno de ellos llega con retraso y les advierto que no les voy a permitir
llegar tarde, el que lo haga tarde tendrá que copiar. Tras decir esto, siento
que estoy demasiado a la defensiva, me tengo que relajar. Me huelo el miedo.
Mientras escribo en la pizarra
continúan los dos con las risas. Ahora entiendo que su reacción no era más que
el tanteo de mis límites y la novedad de asistir a una clase interactiva. Pero
en ese momento entendí que solo era un desafío a mi persona. Así que, tras un
par de advertencias los pongo a copiar en un rincón.
Sentía que la situación era rara
porque uno de ellos me había mostrado mucho interés por el inglés desde el día
que llegué, haciéndome preguntas y tratando de aprender de forma extraoficial.
El otro debía de ser el ‘gracioso’ de la clase. La fórmula de copiar no
funcionó y como ya no sabía qué más hacer opté por llamar al director y cortar
por lo sano cualquier tipo de insurrección. Aunque fuera el primer día, no
quería que el problema fuera un quiste para ir creciendo con el tiempo. Funcionó a la perfección.
Ese día la clase fue todo lo contrario a lo que había planeado: aburrido, un
completo cementerio. Yo dictando y ellos copiando. Se me habían quitado las
ganas de interactuar. Pensé: "Ahora ya me ‘odian’, solo queda que me amen".
Comprendí entonces que es necesario el conflicto para corregir la actitud, pero
que también debería corregir la mía, ser más positivo y tratar de seguir un poco
el juego, si la clase tenía que ser interactiva había que soltar más la cuerda
para que se sintieran más cómodos, tratando de hacer que ellos mismos marcaran el
límite con la mínima advertencia. En cuanto a este alumno, le comentaba al
director:
- No lo entiendo porque antes de comenzar a dar clases se mostraba muy interesado y de repente se pone en este plan.
- No te preocupes, a mí me pasó lo mismo al principio. Solo te ponen a prueba. Además, este patojo lleva un año difícil, mataron a su papá y a su hermano y se tuvieron que mudar de comunidad.Turbio asunto.
De nuevo me calló ese silencio tan incómodo de no saber qué decir. Tras un rato reaccioné. -¡Normal que tenga algún problema de conducta! – pensé, -¡entonces lo que hace es poco!
Entonces cambié la forma de
actuar con él. Debía acercarme con el cariño con el que hay que acercarse a un
adolescente, sin que se dé cuenta, pero que lo marquen los pequeños detalles;
luego ya hacerle comprender, pero sin castigar. A los pocos días reconoció su
error, me pidió disculpas y a día de hoy tiene el gusto de compartir la mejor
calificación de la clase.
Seguí mi intuición y el curso se
desarrolló a la perfección. Poco a poco superaron su vergüenza y trataron de
interactuar un poco más. Incluso me atreví a llevarles el ‘Knockin’ on heaven’s door’ de Bob Dylan,
guitarra en mano. Les encantó.
No me ha hecho falta ser odiado
de nuevo porque me entregaron su confianza, fui más condescendiente y ellos
supieron interpretar los contextos. El ‘gracioso’ también sacó buena
calificación y conseguí motivar a casi todos ellos. Creo que yo también aprendí
mucho y saqué buena calificación.
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