7:30 de la mañana y suena el despertador del iPhone. Tras
remolonear 10 minutos más en la cama, decides levantarte, pero no de cualquier
manera, sino apoyando primero la pierna derecha. Luego estiras la espalda y vas
hacia la cocina a prepararte un Nescafé. Mientras desayunas con tostadas de pan
Bimbo, ojeas en internet el diario El Mundo. Más tarde, te lavas los dientes
con Colgate, te perfumas con AXE y te afeitas con Gillette.
Podríamos seguir enumerando todas las acciones programadas
que el individuo haría y no seríamos capaces de distinguir en qué día de la
semana estamos. ¿Por qué?
Los seres humanos
obedecemos a repetir actos periódicamente que se repiten en el tiempo, bien por
cotidianeidad, bien por la celebración de algo especial. Estos actos son los
llamados rituales. Los rituales siempre han estado presentes desde que el ser
humano comenzó a erguirse sobre sus pies. Incluso en el reino animal muchas
especies adoptan costumbres rituales para aparearse, comunicarse o alertar del
peligro.
El ritual o repetición de acciones nos permite sentirnos
seguros con el entorno en el que nos encontramos. Nos proporciona una
estabilidad que ayuda a automatizar las acciones y evitar estar continuamente
aprendiendo cómo hacer las cosas un día tras otro. Imaginemos levantarnos en
una casa diferente cada día. ¿Cuánto tiempo perderíamos buscando las cosas?
¿Sentiríamos la sensación de seguridad desayunando en una taza diferente?
Seguro que no, porque no sentiríamos el lugar como nuestro, no estaría
interiorizado en nuestras mentes, y la sensación de inquietud permanecería
latente.
Un estudio de 2007, realizado en 26 países demostró que la
mayoría de los seres humanos realizamos una serie común de rituales previsibles
durante el día de forma irracional, muchos de éstos relacionados con tener el
control de las situaciones cotidianas.
Otro tipo de ritual es el que tiene que ver con las
creencias y tradiciones. Por ejemplo, los cumpleaños, la navidad, el fin de
curso, etc. Estas celebraciones dan cohesión y seguridad a la persona por
sentirse dentro del grupo social. Todos se satisfacen porque aceptan y son
aceptados socialmente.
¿Qué tiene esto que ver con el Neuromarketing y las marcas?
Según Lindstrom, los estudios llevados a cabo han concluido que existe una
relación emocional más fuerte con una marca cuando a ella va asociada algún
tipo de ritual. Los rituales acercan la
marca al cliente, tanto que el ritual propio sin esa marca no sería lo mismo. Por
ejemplo, chupar la Oreo, comer 2 Petit Suisse, crujir las Pringles, tomar
cerveza Corona con un limón, etc.
Por este motivo, muchas empresas se han lanzado a la carrera
de intentar crear rituales para crear lazos más fuertes con los consumidores. Pero
el hándicap es que cambiar los hábitos de los consumidores se antoja una tarea
muy complicada.
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