En 2004 un tal Tim O’Reilly, un irlandés graduado en Harvard y experto en tecnologías de la información, introdujo en una conferencia un nuevo término que iba a revolucionar por completo Internet, y lo sigue haciendo. Habló de una nueva forma de concebir la red, una forma interactiva, instantánea y multipersonal. Lo definió como la Web 2.0, y no sé si de verdad era consciente del potencial que iba a suponer este avance.
A diferencia de los antiguos sitios web 1.0 donde la información fluye de manera unidireccional y los usuarios se limitan a la observación pasiva de los contenidos que se ha creado para ellos, en La Web 2.0 los internautas pueden colaborar entre sí como creadores de contenido. Forman parte de ella páginas como Youtube, Flickr, los blogs, las redes sociales o las comunidades virtuales. Sin estos nuevos espacios virtuales, unido a la nueva generación de móviles con acceso a Internet, serían inexplicables los movimientos sociales que ha habido en los últimos meses. Y por eso los gobiernos quieren darse prisa en regularlo y censurarlo, ejercer algún tipo de control, por nuestra seguridad, por supuesto.
¿Qué ocurre ahora? Claro, con toda esta vorágine de información que puede ser compartida y vista por todos, nos encontramos en un momento en el que la información fluye demasiado rápido: millones de noticias, vídeos, fotos, comentarios, tweets, etc., son subidos cada día y la red parece tener una capacidad infinita para absorber toda esa información. Nosotros NO.
Muchos no han tardado en encontrarle nombre y han denominado este efecto propagación “viral” en recuerdo a esos pequeños jodedores seres que se debaten entre la vida y la muerte. A priori todos estos cambios suponen un efecto positivo, pero obviamente también tienen algunos negativos. Hay tanta información circulando que no podemos fijar la atención en todo. Estamos saturados.
Por este motivo, nuevas formas también requieren por nuestra parte nuevas aptitudes y habilidades. Nuevas formas de observar e interpretar la información. Prácticamente todo está en la red hoy en día, el único requisito es saber buscar, saber moverse. Tener ese ojo clínico de saber qué es importante y qué no, quién es el emisor de contenido o qué intereses le han movido a compartirlo.
En los tiempos que corren se necesita de un espectador activo que sepa valorar y juzgar los contenidos que tiene delante: saber de quién recibe esa información, en qué circunstancias, etc.
Hoy en día por ejemplo es absurdo posicionarse con determinados medios: la Cope, Antena3 y el ABC o la Ser, La Sexta y el Público, por poner dos ejemplos antagónicos. Si solo consumimos estos medios es porque queremos que nos cuenten lo que queremos oír, somos SU audiencia. Pero, ¿quién dice la verdad? Claramente nadie. La capacidad de mostrar una realidad sesgada y la maleabilidad del lenguaje hace que todos los medios hagan de un hecho su verdad. O que haya hechos que a algunos les interese contar y otros que no.También debemos tener en cuenta el buen hacer del periodista, que también es persona y se puede equivocar. En fin, influyen demasiados factores como para fiarse al 100%.
Como excepción he de mencionar al canal Intereconomía, por lo poco que he visto, me parece un medio descabellado, no hay por donde cogerlo, aunque para hablar de él con más detenimiento debería verlo más. El canal responde a ese sector conservador, profranquista, racista, xenófobo (como se quiera llamar) de la audiencia más radical. Pero los hechos están ahí, a la vez que adoctrina a quien se deja adoctrinar, tiene su hueco en el mercado. Porque no olvidemos que es un mercado, todo ha sido devorado por el sistema de mercados.
Creer en un medio es lo mismo que ir los domingos a misa: un acto de fe. No hay verdad absoluta, nuestro lenguaje no lo permite. Un mismo hecho se puede contar de múltiples maneras y causar sensaciones bien diferentes en el receptor. Para ello solo hay que analizar el tratamiento de una misma noticia en diferentes medios.
Por eso creo que es necesario tener una formación crítica, bien alimentada desde la escuela, pero ya sabemos los métodos rudimentarios que se emplean en las aulas: la creación de escribanos y robots autómatas, aunque parece que las cosas van cambiando… a pasos de tortuga.
El sistema mediático tiene un pacto tácito no escrito en ninguna ley ni contrato. Las cadenas se ponen de acuerdo para aturdir a las masas, las atiborran con noticias basura, publicidad, y muchas veces esconden las noticias importantes si les interesa. La información realmente la poseen cuatro. ¿Cómo se forma una noticia? ¿Acaso existe un periodista por medio y noticia? Eso será quien se lo pueda permitir, pero normalmente se subcontrata el servicio, funciona como una cadena de producción, los medios se suscriben a las agencias de noticias y así adquieren cierto poder de decisión sobre qué contar y qué no contar, sobre todo en el caso de las noticias internacionales, que son las más difíciles de contrastar. Y, desde luego, en la mayoría de ocasiones las noticias no son contrastadas por los profesionales, y menos ahora que los medios están bajo mínimos de personal.
Informarse no es escuchar lo que se quiere oír, los medios no lo ponen fácil y por eso es necesario no creerse del todo ninguna noticia o punto de vista. Gracias a las nuevas tecnologías cualquiera puede ser periodista, cualquiera puede comentar lo que pasa, subir una foto desde lugar de los hechos pocos segundos después de que ocurra. Esto es un avance que está revolucionando la forma de contar las cosas, tenemos herramientas muy poderosas. Solo hay que saber cómo usarlas. El periodismo y el sistema mediático como lo conocemos está en extinción, aunque seguramente intentarán adaptarse para aferrarse al trono hasta dar los últimos coletazos. Ahora todos somos informadores y todos somos espectadores. Pero debemos estar a la altura de las circunstancias.