domingo, 14 de agosto de 2011

Diarios de un inmigrante

El otro día me topé con una chica española, muy simpática ella, de Barcelona. Era un torbellino, decía que dormía entre tres y cuatro horas diarias. “Mira, como yo” pensé. Aunque luego me dijo que lo hacía desde los diez años, mientras que yo lo suelo hacer en los días de resaca, que en el último año han sido la mayoría. Supongo que exageraba, aunque algo de verdad habría en sus palabras, sino habría sido incapaz de estudiar Farmacia y tener el grado superior del Conservatorio de música.

El caso es que llevaba un par de meses trabajando en Edinburg y había conseguido amasar una pequeña fortuna. ¿Cómo? No hay secretos: partiéndose el lomo trabajando. En ese tiempo tuvo tres empleos: camarera a doble turno (12 – 16 horas diarias) en una taberna de barrio typical scottish, haciendo camas en un hotel de unas 200 habitaciones y en una boutique de souvenirs, donde hacía un poco de todo durante 12 horas al día. La pobre había vivido para trabajar, por eso necesitaba un poco de compañía nacional, que somos más easy-going

Decía que los españoles y los polacos eran los que más trabajábamos, que los escoceses no trabajaban tanto, o no querían cierto tipo de trabajos. Que había notado que los españoles éramos la peste para algunos escoceses. Una plaga. No sé cuánta razón tendría, quizá solo tuvo una mala experiencia, pero me dio que pensar. 

En el espejismo de los años dorados, los españoles no aceptábamos realizar cualquier tipo de trabajo a cualquier precio. Éramos europeos de primera división. Pero venían los sudamericanos, los rumanos o los moros y lo hacían por medio puñado de euros, sin seguro, papeles, etc. Hasta que consiguió regularse. Pero seguían prostituyéndose más barato, venían en masa y gran parte de la gente se sentía invadida, los veía como invasores, aunque siempre de inferior categoría. De ahí que nos creyéramos los reyes del mambo y aflorara el sentimiento nacional. ¡España está entre la élite de Europa! ¿Viva España! ¡Campeones! Bla, bla.

Sólo cinco años más tarde, las cosas han cambiado – qué rápido- y ya no hay tanta bravuconería, el curro pinta mal y ahora nos toca la papeleta. Las estadísticas dicen que uno de cada dos menores de treinta años está desempleado. No hay nada que rascar en casa. Parece que toca salir al exterior a sacarse las castañas del fuego y a prostituirse en el extranjero. Y barato, o al menos, más barato que los locales. ¡Qué diferencia tan abismal hay entre salir a trabajar por elección propia a no tener más cojones que irse! Conste que no es mi caso, de momento. Los españoles comenzamos a vendernos barato en el extranjero y  el local ve amenazada su estabilidad. Por ahora no veo que sea un hecho general, pero está comenzando a pasar. Atentos al futuro… Somos competidores, con lo que es normal que nos convirtamos en ese moro de mierda o aquel panchito que fuera para muchos. Y no todos eran fachas.

¿Qué pensarán ahora toda esa gente que insultaba y sigue insultando a todos esos inmigrantes que consideran de segunda clase cuando ven que muchos de nosotros tenemos que salir en las mismas condiciones? Quizá ni vean la relación. Quizá esto también siga siendo culpa del presidente de turno. Pues que sepan que el politicucho que se plante en el trono no será más que un títere al servicio del sistema voraz.

¿Entonces qué? ¿Al final todos somos racistas o xenófobos? Creo que en parte sí. No es un problema de noruegos, españoles, escoceses o peruanos. Desgraciadamente es un mal endémico de las sociedades modernas. Es casi matemático, cuando una gran masa de gente proveniente de un país, raza o etnia inmigra hacia otro surgen brotes racistas hacia ellos.  Pasó en Nueva York con los irlandeses e italianos, en Argentina con los gallegos. Y pasa en Alemania con los turcos, en EEUU con los mexicanos o en China con los mongoles.

Por eso mismo hubo una masacre en Noruega, porque era un país rico y con solo cinco millones de habitantes. El gobierno fomentó la natalidad y dio facilidades a la entrada de inmigrantes para favorecer lo que llaman progreso. ¿Qué ocurrió? Que se fueron gestando sentimientos racistas y movimientos ultraderechistas en la sombra. Así hasta lo que ocurrió el mes pasado.

Por cierto, el otro día hablando con Wendy me contaba sobre una chica que trabajó aquí el año pasado.
– Pues ella decía que no era española, que era vasca.
– Sí, es que en España hay algunos problemas con el nacionalismo, ellos quieren ser independientes.- le dije, sin querer enredarme mucho en el tema.
– Problems? Of course, we are not English, we are Scottish.
No supe que contestar. Escocia fue reconocida como nación en el siglo XIV después de 200 años de batallas. Ahora todos visitan la espada de William Walace en Stirling. Comprendí que nada es absoluto, que hay que mirar las cosas con cierta perspectiva. Al fin y al cabo la tierra es UNA y las naciones (y, por ende, la inmigración) no son más que invenciones de los hombres y mujeres.


1 comentario:

  1. A veces me sorprendes, en otras ocasiones incluso me asustas, pero sigues aquí. Al igual que tooodo tu blog, he leído mails y mil cosas tuyas más. Unas veces más zoquete, otras más locuaz, supongo que todos tenemos días. Gracias por estar ahí y por seguir escribiendo. Y aunque sabes de sobra que hay cosas que no compartimos, hay una que sí. Estás muy lejos y más cerca que mucha gente que tengo a mi lado. Un abrazo!!!!

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