martes, 26 de abril de 2011
Me creo las audiencias
domingo, 17 de abril de 2011
The hell of Santiago
Cuenta la historia que fue construida hace cerca del año 1075 por el rey Alfonso VI sobre una sola pieza a partir de una de las rocas más duras de tallar. La pulcritud de cada detalle, la suavidad de las formas, la perfección en forma de arte; no es extrañar que tardara más de cincuenta años para que se colocara el último ladrillo, llevándose por delante a muchos obradoiros que entregaron honrosamente sus vidas para una causa tan noble: alzarla en lo más alto, unir el pináculo con el cielo para tocar lo divino. Pero pocos saben el secreto que alberga bajo sus cimientos.
Dicen las malas lenguas que se encuentra en un centro de poder, encima de uno de los múltiples vértices energéticos que existen a lo largo del planeta. Dicen que si te sitúas en uno de ellos puedes lograr el equilibrio, sentir la energía, el movimiento de la tierra e incluso las vibraciones atómicas.
Hace poco más de 1000 años allí existió un templo pagano donde meigas y druidas practicaban las artes de la magia y la brujería. Eran los encargados de mantener el equilibrio natural, ya que eran capaces de sintonizar con el entorno, comunicarse con los árboles y sentir las vibraciones del cielo, el mar y la tierra.
Estas prácticas desconocidas eran de gran ayuda para los habitantes de las aldeas, pues conseguían espantar las epidemias, mantener a raya a los hombres lobo, predecir años de vacas flacas o agrupar a las ánimas solitarias que cuelgan entre el mundo de los muertos y de los vivos. De ahí nació la Santa Compaña.
Ese tipo de artes no eran del agrado del rey, que las tachaba de satánicas. Dominado por el miedo, temía que algún día estos hechiceros se volvieran en su contra y le destronaran. Podían ser un enemigo muy poderoso. Fundó el rumor entre las gentes ignorantes que habían hecho un pacto con el diablo, que en cualquier momento se rebelarían y sembrarían el terror. Por eso, con el apoyo de los aldeanos organizó una cruzada para perseguirlos hasta la muerte.
Una noche de luna menguante, bajo una densa niebla que calaba los huesos se libró la batalla. No hubo piedad, literalmente rodaron las cabezas de esos seres impíos. En nombre de Dios, se ordenó derribar el templo y levantar el mayor monumento de todos los tiempos para aprovecharse de las propiedades sobrenaturales del terreno.
Un séquito de varios hechiceros logró sobrevivir huyendo a los castros, pequeñas cuevas que se hallan en los bosques, y lanzaron una maldición sobre el lugar. Cada 100 años, en una noche de luna menguante, el cielo cambia de color, se condensa y todo tipo de alimañas ascienden desde las profundidades en busca de venganza. Desde la plaza de Muertos la Santa Compaña campa a sus anchas por la ciudad, en busca de alguien que pueda ayudarles. Se oyen gritos de rabia y desesperación. Los hombres lobo están hambrientos, los duendes salen a robar cuanto pueden. Se les reconoce por esa risilla tan maligna cuando corretean por las calles húmedas.
Esa noche en la que la ciudad se hace inhabitable, la gente se encierra en sus casas tiritando bajo las sábanas y los curas abrazan a la cruz esperando que no les toque a ellos, a mí me gusta salir, mirarlos a los ojos y comprender que no soy más que uno de ellos, un vagabundo errante perdido en el tiempo y el espacio.
jueves, 14 de abril de 2011
Adivina, adivinanza
sábado, 9 de abril de 2011
Adivina, adivinanza
miércoles, 6 de abril de 2011
Adivina, adivinanza
la semilla que en tierra estéril germina,
la fuerza que impulsa el día a día,
un sueño, un gesto, una sonrisa.